Seguro que el segundo tipo más astuto de Cataluña, el mismísimo Francesc Homs, debió aconsejar a Artur Mas ayer. No puede entenderse de otra manera que saliera ante la prensa en disposición aparentemente bélica. A punto estamos de que empiece la tercera guerra mundial y nuestro presidente nos obsequia con una gallardía política tan insospechada como inoportuna.

Se queja de que Cristóbal Montoro le ha puesto las esposas del dinero. Ya lo escribí ayer, así que no me repetiré, pero su dialéctica de estrategia victimista es de libro: ataque, agresión, castigo, mentira flagrante, humillación… Mas no tiene otros argumentos para lograr seguir al frente de la Generalitat que decir que ha sido vilipendiado por el Gobierno central.

De nuevo, en su discurso no hubo ni un ápice de autocrítica. ¿Esperaba acaso que la tecnocracia del Estado dejara pasar su órdago, pulso o chulería política? ¿En su plan de ruta no había alguna solución si le tomaban prestada la cartera? ¿Todo era una palanca para negociar (ayer volvió a recordar la nefasta declaración llevada al Parlament y suspendida por el Constitucional en el apartado que habla de diálogo)?, porque de ser así su estrategia belicista no parece la más apropiada.

Sea pedantería política o un mesianismo que ya no conoce límite, lo cierto es que la actitud de Mas nos hace daño al conjunto de los catalanes. Su discurso de que tanto sufren aquellos que votaron a favor de la independencia como quienes no lo hicieron puede volverse en su contra. Las acciones políticas de Mas, su salida de tono, su mear fuera del tiesto, nos perjudica también a todos los catalanes, los del sí, los del no y los del quizá, quién sabe.

Más le valdría al presidente en funciones aplicarse a contarnos cómo pagará a las farmacias; intentar ejercer un mínimo de gestión pública correcta (a tenor de sus antecedentes eso será difícil); dar alguna solución a los apuntes contables sobre los 1.300 millones que no acaban de estar claros; incluso puede decirnos por qué razón el gasto aplazado a otras generaciones siguió aumentando durante su gobierno. ¿Cuánto gasto identitario podría haber suprimido para atender compromisos más perentorios? ¿No era precisamente él quien se autoconsideró el rey de los recortes?

David Madí, querido, dale algún consejo. Quítale a Quico Homs del frontispicio y déjale que recupere la cordura. Nos hace falta a todos.