A los nuevos partidos emergentes se les está afeando la conducta de algunos gestos políticos recién llegados al Congreso. Es cierto, como en todo, que varios han podido pecar de excesivos. También es verdad que las críticas llegan de las zonas más tradicionalistas y casposas de la sociedad, bien en las formaciones políticas como en los medios de comunicación.

Sin embargo, la renuncia de algunos miembros de Podemos y Ciudadanos de la Mesa del Congreso y sus portavoces a los coches oficiales es un buen comienzo. No es la solución a los problemas de país, es cierto; tampoco dignifica más a la clase política, obvio; no resuelve ni tan siquiera el exceso de cargos electos en el país, lo mal pagados que están y la sobredimensión de aforados que existen. En cambio ayuda algo a que la ciudadanía se reencuentre de nuevo con la política, de la que parece huir despavorida.

Quienes critican son los partidos clásicos. Proceder como Ciudadanos o Podemos les llevaría a la pérdida de algunos privilegios. Los 3.000 euros en taxi que facilita la Cámara a los diputados, el pago del wifi del domicilio a los desplazados, por no hablar de las prebendas con que cuentan en transporte público. Todos esos gastos son discutibles. No por su coste, sino porque igual deberían haberse desterrado del funcionamiento ordinario del poder legislativo cuando comenzó la crisis económica. Quizá ese gesto hubiera permitido confiar algo más en los representantes públicos que debían sacarnos del marasmo.

Siempre he defendido que la política está mal pagada. Se retribuye como si en ella sólo aterrizaran mediocres, lo que quizá es la razón por la que algunos personajes recalan en ella. Los gobernantes debieran estar mejor pagados, pero los españoles deberíamos poder prescindir de un buen número de ellos. La masa de coste vendría a ser la misma y posiblemente elevaría el nivel de quienes acceden a la cosa pública en ayuntamientos, diputaciones, consejos comarcales, autonomías y, por supuesto, la gobernación general del Estado.

Es un debate pendiente que un día u otro convendrá realizar. Y es mejor que esas discusiones se hagan antes de que la opinión pública llegue a conclusiones que pongan en riesgo el propio ejercicio, noble oficio, de la cosa pública.

Por esa razón, no por su coste ni por su efecto en las cuentas generales, algunos gestos de los nuevos partidos son esperanzadores. No resuelven nada, pero abren una vía a la esperanza, a confiar en la política.