Zona Franca

Lobos solitarios

16 junio, 2016 00:00

Jorge Fernández Díaz respondió ayer una interesante entrevista en los micrófonos de Jordi Basté, en RAC1. El ministro del Interior estuvo aplomado, convincente y, lo peor, preocupante. En especial por la crudeza con la que se refirió a las amenazas de terrorismo yihadista sobre el área de Barcelona, a la existencia de lobos solitarios que amenazan la paz colectiva y por cómo, casi sin decirlo, confirmó que hubo un momento de máxima tensión cuando se pudo desarticular a quienes tenían intención de atentar en la mismísima plaza de Catalunya, en las instalaciones del metro, allá por el año pasado.

He coincidido con muchas más personas en una idea sobre él: si Fernández Díaz se olvidara de condecorar vírgenes y protagonizar otros espectáculos pseudo-folclóricos-religiosos —que nos dejan la retina contaminada por un exceso superfluo de caspa— no sería un mal ministro del ramo. Es más, puede que haya sido uno de los últimos que no tenga una pésima consideración de la ciudadanía.

Ha trabajado con seriedad, conoce la materia que se relaciona con su departamento y en los temas que más nos preocupan a la mayoría no se le identifica por excesos ideológicos. Repito, para que nadie piense que le excuso, que le ha faltado desapego a su condición religiosa y moral. Quizá también, aunque nadie lo ha probado fehacientemente, un pelín menos de ensañamiento policial con algunos líderes del nacionalismo catalán que convirtieron en una especie de bumerán con respecto a sus intenciones primigenias demasiadas filtraciones de un rigor inexistente.

Si fuéramos más analíticos en el examen de nuestros políticos podríamos encontrar a alguno (y aquí ya les adelanto que Toni Comín no es el caso) de los consejeros de los últimos gobiernos de Artur Mas o Carles Puigdemont que puedan clasificarse como eficientes para la ciudadanía en los temas que gestionaban, a pesar de hacerlo envueltos en el folclore nacionalista propio y la moralina identitaria que destilaban día sí, día también.

La intensiva mediocridad que se ha instalado entre la clase política en general hace difícil identificar a este tipo de personajes, una especie de lobos solitarios de la gestión pública, que debían ser rescatados para el bienestar común por encima de sectarismos de partido. Son escasos, no acostumbran a tener fisonomía de líderes, pero haberlos, haylos.