A medida que se acerca el 21D aumentan los mensajes de preocupación ante la nueva oleada de violencia que el independentismo radical ha anunciado contra la celebración del Consejo de Ministros en Barcelona.

Pero eso no debería quitarnos el sueño. Primero, porque en un Estado de derecho democrático moderno --como es el caso de España-- las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, junto a los Mossos d’Esquadra y la Guardia Urbana, deberían garantizar el cumplimiento de la ley y responder con contundencia a los borrokas indepes. Y no dudo que así será. Y segundo, porque, de cumplirse las amenazas, el proyecto nacionalista caduco y decimonónico volverá a demostrar --a aquellos que aún no lo tenían claro-- que es intrínsecamente violento y, sobre todo, se alejará aún más de lograr sus objetivos.

Me explico. La única forma de lograr la secesión de Cataluña pasa por convencer al conjunto de los españoles de que apoyen una reforma constitucional que la permita --o que posibilite introducir en la Carta Magna “el germen de la autodestrucción” del país en forma de referéndum independentista, en palabras de Felipe González--. Y no parece que la deriva violenta nacionalista de los últimos meses ayude a avanzar en esa dirección.

Basta con leer a Almudena Grandes este lunes en El País para comprobarlo. La escritora se define partidaria de un referéndum secesionista y crítica con las cargas policiales del 1-O, la aplicación del 155 y la prisión preventiva de los independentistas presuntamente rebeldes o sediciosos. Sin embargo, admite su “ingenuidad” a la hora de afrontar el fenómeno. “No sé si los independistas catalanes creen que les conviene el hartazgo de quienes más se han esforzado por comprenderles. No sé si piensan que van a llegar más lejos poniendo en peligro a un Gobierno progresista y favoreciendo el retorno de la derecha al poder. Ni siquiera sé si se han dado cuenta de que cada día nos caen más gordos”, remacha.

Aunque hay otros que perseveran en su ingenuidad, como es el caso del expresidente Zapatero. El exlíder del PSOE consideraba en una entrevista publicada el domingo en El Mundo que el nacionalismo catalán “ha vivido una expresión creo que definitiva [...] en el sentido de que no se repetirá”. Y lo justificaba con el argumento de que “los partidos independentistas ya saben que es un viaje a ninguna parte. Saben que la independencia es imposible. Ahora se trata de que sepan que no es deseable”.

Como en sus mejores tiempos, ZP sigue viviendo en su burbuja. Es evidente que los líderes indepes saben que la independencia unilateral es inviable, pero yo no estaría tan seguro de que no vayan a repetir la tragicomedia de otoño de 2017. Ni comparto su alergia a recuperar el 155. Su propuesta de apelar al “convencimiento” debe ir acompañada del cumplimiento de la ley. Ya sea por propia voluntad o de la manita del Estado.

Lo cierto es que, al contrario de lo que dice la derecha, la mano tendida de Pedro Sánchez y su Gobierno con el independentismo sí que ha sido muy útil: ha servido para confirmar a los que todavía tenían dudas que no hay nada que negociar con el nacionalismo catalán. Esa es, sin duda, la principal lección de Torra a Sánchez.

Además, las actuaciones del Govern y de sus CDR desmontan otro de los mitos que nacionalistas y terceristas habían construido: aquel que aseguraba que la culpa de la intensificación del secesionismo se debía a la inacción del Gobierno Rajoy o incluso a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de autonomía de Cataluña dictada en 2010.

Como se ha visto, ni las buenas palabras, ni los llamamientos al diálogo, ni las promesas de un nuevo Estatuto que recupere los aspectos ilegales corregidos por el alto tribunal han frenado la radicalización del independentismo. Al contrario, el nacionalismo ha acentuado sus acciones violentas y ha elevado su tono amenazante.

Hace seis meses auguré que Torra no nos fallaría y agotaría la paciencia de Sánchez. Vistas las declaraciones de los miembros de su Gobierno en los últimos días, parece que no iba mal encaminado.