Durante jueves y viernes, en Huesca, ha tenido lugar el XVII congreso español de Periodismo Digital. Como en anteriores ediciones de ese foro de repaso al estado de la profesión y los medios de comunicación hubo de todo un poco: ponencias aburridas, previsibles, interesantes y, una de ellas, la de un directivo del Washington Post, imprescindible. Con todo, aquí me referiré a la que reunió a las tres directoras de comunicación de los ayuntamientos de Barcelona, Madrid y Zaragoza. Debían ilustrarnos sobre las nuevas formas de hacer política y la comunicación que aparejan. 

Tres mujeres son las responsables de las estrategias de comunicación de los tres municipios en los que Podemos o sus candidaturas hermanas han conseguido gobernar. Se trata de tres grandes ciudades españolas y, en consecuencia, el grado de exposición informativo de cada una de ellas supera con amplitud al de otras instituciones y ciudades del país.

Se quejan de que su propaganda política no tiene reflejo en los medios, que sólo juegan a la crítica

En toda la intervención de las tres directoras de comunicación flotaba en el ambiente una queja constante: por el mero hecho de defender alcaldes o alcaldesas de Podemos, la prensa les estaba haciendo la vida casi imposible. Se quejaban de que cada día se paraban unos cuantos desahucios en la ciudad y nadie se ocupaba de eso, pero que cualquier otro tema era inmediatamente amplificado por los medios de comunicación.

Se quejaban también de que los nombres de Manuela Carmena o de Ada Colau se habían convertido en trendings permanentes en las redes sociales, que eran una especie de diana fácil. La dircom de Barcelona incluso recordó su llegada al cargo y cómo se la reconoció por temas vinculados a la pornografía y el arte más que por su propia condición de nueva responsable de la comunicación municipal.

Después de una sesión de propaganda conjugada con lamentos (con lo buenos que somos y lo malos que son los demás no se entiende que no nos quieran), se abrió el turno de intervenciones del público. El último en intervenir fue alguien a quien desconozco personalmente pero que dejó sentenciada la intervención de las propagandistas Podemitas: el periodismo es justo eso que critican, se trata de hallar la contradicción entre la propaganda electoral y la actuación real, entre las declaraciones de intenciones y el ejercicio de la gobernación, evitar el abuso de los poderes públicos sea cual sea las siglas partidarias que se utilizan para ello. Y, al escuchar eso, a las amigas de los ayuntamientos les mudó la cara.

No entienden que están expuestos a la crítica y al debate sobre sus actos de gobierno, que no por el mero hecho de que sean originariamente bienintencionados son realmente buenos, eficientes o del agrado mayoritario. Piensan que la casta que ellos criticaban era muy diferente al grupúsculo de poder en que se han convertido desde que han ocupado sus cargos y viven de nuestros impuestos. Tienen, en definitiva, una empanada monumental. Y como siempre sucede con aquellos que tienen propensión al victimismo, es más fácil eludir responsabilidades si se atribuye a cualquier enemigo exterior las dificultades que uno debe afrontar en su desempeño político. 

Traigo a colación esta ponencia con más interés profesional que público a propósito de la polémica originada con la exclusiva de Crónica Global del pasado sábado: los amantes de las Harley no se reunirán este año en Barcelona por expreso deseo del equipo municipal del gobierno, así lo dijimos y así nos reafirmamos.

Sin entrar a valorar el fondo de la actuación municipal, lo impropio de estas cosas es que el propio ayuntamiento juegue al despiste cuando comprueba que alguna decisión es impopular. Que el sábado nos llamaran desde Harley Davidson en España para minimizar el asunto y hacer ver que a ellos el consistorio barcelonés no les podía ningunear de esa manera (que se iban antes de que los echaran) tiene cierta lógica empresarial, aunque resulte igual de trilero. Pero que el propio ayuntamiento siga jugando al despiste y diga verdades a medias es tanto como mentir de manera abierta y deleznable.

Ada Colau, Gerardo Pisarello, díganle a su directora de comunicación que explique a la población que no quieren desfiles de motos por la ciudad, con claridad; igual que no quieren al Ejército en el salón de l’Ensenyament o más hoteles de alta calidad en la ciudad. No mientan cuando ven que la opinión pública no entiende sus decisiones. Sean coherentes en sus principios éticos de izquierda y no hagan como aquellos políticos a los que tanto y tan injustamente critican: hacer de la mentira un discurso diario y sofisticado.