Hay artículos más costosos de escribir que otros, y éste puede ser uno de ellos. Las empresas catalanas no están saliendo bien de la crisis. Van lentas, siguen siendo muy refractarias a la adquisición de mayor dimensión. En algunos sectores más dinámicos han conseguido leves mejorías, pero la visión general y la morfología del mercado que nos viene convierte esa progresión en insuficiente.

Fuera del anillo de empresas participadas por el gigante bancario de La Caixa (Abertis, Gas Natural, Criteria…) existe todo un universo de medianas empresas que aspiran a pasar el umbral que pueda convertirlas en grandes corporaciones internacionales. Y, sin embargo, ese paso sigue pendiente de producirse.

En los últimos años, apenas dos compañías han mostrado interés en hacer bien sus deberes de futuro: Mango, de Isaac Andik, y la embotelladora española de Coca-Cola, liderada por Sol Daurella. El primero de los casos con un crecimiento orgánico destacable y una mejoría de su posición internacional de mercado que para sí quisieran otras empresas. La segunda, a través de fusiones y alianzas de sus embotelladores en España, está a punto de controlar todo el negocio en Europa, desde Madrid, eso sí.

Son excepciones que confirman la regla que nadie se atreve a mencionar: salvo honrosas excepciones, el panorama industrial catalán mantiene un vigor inferior al de tiempos pasados; incluso en algunos ámbitos se percibe una cierta decrepitud, como el antaño pujante negocio farmacéutico.

Las razones son variadas: culturales, políticas, de mercado, personales… La típica tendencia de los emprendedores catalanes a mantener la propiedad de un negocio pequeño en vez de abrirse a nuevas experiencias de mayor tamaño siempre están latentes. Desde hace años, para más inri, estamos sin ninguna política industrial local, que con independencia de quienes piensan que la mejor es la que no existe, lo cierto es que tampoco anima a los indecisos. En algunos ámbitos, el mercado vive un exceso de capacidad y sólo los muy competitivos y eficaces sobreviven en una nueva jungla global.

Un ejemplo de esa pequeña decadencia que se intuye en el mapa industrial del territorio lo constituye la siderúrgica Celsa, quien tras llevar a cabo un importante proceso de internacionalización se ha visto superada por el excesivo endeudamiento que contrajo y por un mercado en el que chinos y otros competidores dan salida a su exceso de capacidad productiva con precios de saldo.

Hay más casos de esa parálisis, pero sin ánimo de ser apocalíptico, lo importante es echarle un vistazo a la situación y empezar a plantearla desde una perspectiva constructiva. Sólo así puede recuperarse la capacidad locomotora de una economía que un día fue industrial y que ahora parece trasladarse de forma paulatina a los servicios renunciando a una parte importante de su historia y sus posibilidades.