Empezamos este lunes con el debate parlamentario sobre la resolución que dos grupos parlamentarios han presentado sobre el futuro político catalán. Se trata de un texto que tiene más que ver con la necesidad de coronar a Artur Mas a toda costa que con el mandato ciudadano emanado de las urnas.

Las negociaciones entre Junts pel Sí y las CUP continúan. Los independentistas reiteran, insisten hasta la saciedad, en que no pueden hacer otra cosa que responder al mandato democrático de sus electores con respecto a la hoja de ruta. Ambos, pero especialmente la candidatura de CDC y ERC, parecen tener muy claro que no pueden generar un fraude democrático. Correcto, pero sólo en un sentido.

Resulta que no pueden abandonar el proceso independentista a pesar de tener sólo un 48% de los votos emitidos el 27S (eso sería un delito de lesa majestad esgrimen) y, en cambio, sí que pueden aunar dos programas políticos de gobernación que están en las antípodas uno de otro. Al parecer, eso no es ningún fraude democrático y que los demócratacristianos independentistas de Junts pel Sí tengan una visión sobre el aborto o sobre la propiedad privada diferente a los antisistema de la CUP es de lo más normal del mundo… Según muestran, aceptar sus exigencias no supone, por tanto, ningún fraude democrático. La sonrisa, o lo siguiente, aflora por todos lados…

El martes el Gobierno español recurrirá. Obvio y lógico. Una resolución que habla de quebrar el orden constitucional y desobedecer el ordenamiento jurídico vigente no puede dejarse pasar como si fuera una menudencia. El miércoles el Constitucional puede empezar a dictaminar y el jueves, día de pasión, o día de dolor, Artur Mas demostrará en sede parlamentaria que todos sus intentos de encumbrarse como presidente catalán son infructuosos. Que no ha ganado ni con el apoyo de los republicanos, la CUP, la ANC, Òmnium Cultural… ni todo el presupuesto público puesto al servicio de la causa soberanista. 

Mas perderá. No pasa nada, siempre ha sido un perdedor, en el Ayuntamiento de Barcelona o en la Generalitat de Cataluña frente a Maragall o Montilla. Cataluña seguirá sin presidente.

El Constitucional, a renglón seguido, puede hacerlo, regular, mal o muy mal. En ningún caso lo hará bien. ¿Por qué? Sencillo, que ese tribunal de garantías deba resolver sobre cuestiones políticas tan elevadas demuestra el fracaso intrínseco de la política en sentido conceptual.

Entramos en una semana esquizofrénica, un nuevo episodio del sainete que vivimos y padecemos. Es una lástima que toda la atención la tengamos puesta en estos menesteres y no en los que nos podrían diferenciar como país y como sociedad en materia económica y social. La política, mejor dicho la politiquería, se ha apoderado de nuestras vidas. La semana será apasionante, pero dolorosa. Y, al final, seguiremos cerca de donde estábamos. En el precipicio, al borde de la nada.