El viernes a la tarde, agotados, la mayoría de catalanes pusimos rumbo al fin de semana. Habíamos vivido unos días intensos en materia política. Las sesiones del Parlament, el enquistamiento del independentismo con su hoja de ruta no legitimada en las urnas, la flojera que produce el programa de CUP en muchos ciudadanos se había constituido en una preocupación, por insistencia casi en una amenaza.

No se hablaba de otra cosa en el mundo económico y de los negocios barcelonés: ¿qué pasará ahora, iremos a elecciones anticipadas? ¿Acabaremos asistiendo a un esperpento en varios actos protagonizado por la CUP y Junts pel Sí? ¿Dimitirá Artur Mas por dignidad? Todos los interrogantes quedaron diluidos en unas horas. Casi en minutos.

No es que sepamos más sobre esas preguntas sin respuesta, es que la realidad nos ha puesto frente a otro espejo, delante de una cuestión de verdad más inquietante y peligrosa: el yihadismo y su locura asesina. Nada es comparable a la barbarie, a la carnicería vivida en la capital de Francia. Las vidas humanas sesgadas gratuitamente pasan por encima de cualquier otra preocupación.

La situación política catalana es leve como amenaza si se analiza en un contexto más amplio, cenital y distante. No tiene salida futura, es un pequeño terremoto en un vaso de agua, incomparable con lo acontecido en París por más que algún ruín personaje como el economista convergente Xavier Sala-Martín se empeñe en tuitear barbaridades demostrando una falta de sensibilidad deplorable y una visión demasiado simplona de sus análisis políticos.

Los europeos, los ciudadanos de todo el planeta, en definitiva, nos enfrentamos a un riesgo que por desgracia no es tan leve como la política regional: un movimiento global de fanatismo, una barbarie latente e imprevisible. Eso es de verdad importante e insoportable. Por más que vivamos con intensidad, preocupación y desespero las cuitas que ocupan nuestra comunidad, por insoportables que resulten las idas y venidas del nacionalismo gobernante, lo de aquí es leve visto con perspectiva. Como escribió Milan Kundera, insoportable, pero leve.