Zona Franca

La empanada fiscal de Cataluña

11 mayo, 2016 00:00

Depende de quién mande y de qué objetivos tenga, la fiscalidad catalana resulta aleatoria. Hace ya muchos años, ERC y PSC se empecinaron en que se modificara al alza el impuesto de sucesiones. Eran tiempos del tripartito y la izquierda debía demostrar que lo tenía claro con respecto a la cuestión tributaria. Los más pudientes debían pagar más, en demostración clara de que un impuesto es progresivo o no es… Ninguno examinó cuántos de esos ricos que deseaban cazar tributaban de manera verdadera en Cataluña y cuántos lo hacían en otros territorios fiscalmente más óptimos. Luego llegó la derecha de CiU, con Artur Mas al frente, y subió aún más los impuestos de lo que ninguna izquierda que se precie se hubiera atrevido jamás.

Mas puso el IRPF por las nubes, y ser catalán y ganarse bien la vida era un auténtico atentado al país. Así se derivaba del tipo impositivo confiscatorio que soportamos los catalanes con respecto a cualquier otra autonomía española. Al final, cuando las empresas y muchos de sus directivos y principales responsables se deslocalizan a otros territorios españoles, se acaba diciendo que no pasa nada, que todo se compensa con la nueva inversión extranjera que aterriza en Barcelona. Luego entendimos que Mas acabara en brazos de la CUP, aunque fuera del foco público, porque en su foro interno, en su dimensión de residente en el Upper Diagonal, los de la calle Tuset pagaban poco para lo mucho que le detraían al país, al menos en términos de vía pública ocupada para su transporte personal.

Otros vendrán que buenos nos harán. Y así ha sucedido. Oriol Junqueras, un alcalde independentista de Sant Vicenç dels Horts pasado a vicepresidente económico de la Generalitat, ha creído conveniente que aumenten todavía más los impuestos que se nos aplica a los catalanes. Así, él y sus huestes de ERC y de Junts pel Sí tendrán garantizada su dedicación, su sueldo y su futuro. Si confiscar era insuficiente, robar podía parecer más tolerable. Con su mirada extraviada y su tono de clérigo, Junqueras siempre podía convencer de que, si Madrid robase algo menos, Cataluña y sus líderes estarían en disposición de reducir la presión fiscal.

Ha tenido que ser su jefe en el gobierno catalán, el alcalde independentista de Girona pasado a presidente Carles Puigdemont, quien dijera con contundencia que de más impuestos, nothing de nothing. En un foro de inspiración económica, el jefe de la tribu indepe ha avanzado que los sueños de Junqueras no tienen sentido y que, si tiene algún tipo de duda espiritual, regrese al Vaticano.

Todo esto –aunque parezca lejano– ha pasado en muy poco tiempo, insuficiente para que los ciudadanos, incluso sus gestores, tomen nota, sigan y entiendan cuál es la verdadera orientación fiscal catalana en lo que puede tener de diferencial por la aplicación de sus propias competencias y capacidad normativa. De hecho, lo acontecido, los viajes de ida y vuelta y las polémicas se parecen más a un producto gallego: la empanada. Se mete un poco de todo dentro y se cierra con una buena capa de política. Y que cada quién le encuentre el sabor.