Está Mariano Rajoy al borde de perder lo ganado en las urnas. De aquellas mayorías absolutas, de aquel desprecio a sus casos de corrupción, de aquella sensación de que los aciertos deben ser necesariamente reconocidos por los electores, estos lodos…

No ha sido un mal gobernante Rajoy para los intereses generales. Fue, si cabe, un político quietista, huidizo y falto de empatía con la sociedad que dirigía. Es su primer y principal calvario en estos momentos. De poco sirve haber ganado las elecciones generales si el resultado es insuficiente para formar gobierno. La derecha ha trabajado por la mayoría absoluta y, por tanto, al total derecho al mando. O eso o nada. Rajoy está más cerca de la nada que del todo en estos momentos.

Pedro Sánchez, el líder socialista que se lo juega todo a una carta: ser presidente del Gobierno o irse a casa, baraja la posibilidad cierta de acabar al frente del Ejecutivo español durante un tiempo. No será fácil, pagará peajes y puede poner al país en situación compleja. Pero vencerá al ala conservadora del país y de su partido, más proclive a una gran coalición entre PP, PSOE y C’s.

A la espera de resultados, los nacionalistas catalanes siguen expectantes de novedades que aclaren su confusa situación. Han matado al padre Artur Mas (el abuelo Jordi Pujol se suicidó solo en su confesión de defraudador) y están inquietos para ver qué sucede en España tras comprobar que en Cataluña han sido incapaces de vencer en el plebiscito que ellos organizaron. Son el problema principal de España.

Con la transitoria solución de Carles Puigdemont al frente de la Generalitat (la Cataluña menestral, rural e interior, toma el control de la metropolitana), los nacionalistas de CDC y ERC intentarán un tránsito temporal que permita recomponer sus fuerzas, maltrechas tras los resultados del 27S.

España, entendida como el Gobierno central del Estado y sus ocupantes, será determinante en la nueva situación. Mientras se aclaran posiciones, la autonomía mediterránea está algo más distendida y menos beligerante con los poderes centrales. Existen dudas de que se pongan a trabajar y a darle la vuelta al país, pero al menos dejarán de inquietar durante un tiempo. Dieciocho meses o bastante más, seguramente.

La distensión aterriza. Con lentitud, pero ocupando toda la pista.