Los esfuerzos que hacen Artur Mas, Oriol Junqueras, Raül Romeva y su séquito con tal de gobernar Cataluña son indescriptibles.

Uno de estos días nos encontraremos con que anuncian su disposición a subir de rodillas la montaña de Montserrat si la CUP con eso les da los dos votos que necesitan para evitar el colapso político total y la admisión de su fracaso electoral el 27 de septiembre.

Puede que lleguemos a un pacto en tiempo de descuento y a la desesperada. Es igual, porque estaremos ante un gobierno y una presidencia inestable, incapaz de recabar más apoyos que los suficientes para seguir el viaje en coche oficial, gozar del aforamiento jurídico y seguir percibiendo el salario de presidente, consejero o diputado, según sea el caso, durante un tiempo limitado, corto.

El bloqueo catalán en política es mayúsculo. Quienes intentaron salirse del redil español con unas elecciones plebiscitarias viven ahora subordinados a saber qué pasa con la convocatoria electoral del 20D, la española, vamos. Estamos ante un bloqueo que amenaza con llevarse por delante todo el empuje subvencionado del nacionalismo más radical convertido en independentismo.

De ahí las prisas. De ahí, también, el incremento de tamaño de las tragaderas. Junts pel Sí, con CDC y ERC en su seno, tiene la obligación de formar gobierno si quiere que muchos (o una buena parte) de los cargos convergentes mantengan el salario público. Lo justifican por otras razones, el mandato supuestamente democrático de la población y la pírrica victoria parlamentaria alcanzada en las urnas.

Lo cierto es que están legitimados a formar gobierno, otra cosa es que sean incapaces. Pero con ese mismo resultado de las urnas en las manos, su horizonte independentista no tiene salida democrática. Lo saben y viven atrapados en una estrategia elaborada por ellos mismos. En las últimas horas se cruzaron ofertas y propuestas, pero sólo la CUP tiene la llave sobre unas nuevas elecciones autonómicas que permitan aclarar este mayúsculo lío.