El acuerdo que dio la investidura a Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat en sustitución de Artur Mas no le está saliendo nada barato a Junts pel Sí. Los antiguos convergentes, más los republicanos de ERC, están preparando su cuerpo para un asumir un trágala permanente que les hará desdecirse de sus acuerdos con la CUP más pronto que tarde.

El proyecto Barcelona World, por más que diga el presidente, está en manos del grupo antisistema e independentista. Pasa lo mismo con la chapucera privatización de ATLL, o el suministro de las aguas catalanas hasta los municipios. Pero por si todo eso fuera poco, una comisión parlamentaria tratará sobre el tema de las nuevas pistolas de los Mossos d’Esquadra gracias, de nuevo, a los Antonio Baños, Anna Gabriel… 

Son pocos diputados, una situación marginal en la política catalana. Pero son suficientes para tener al nuevo gobierno tomado por las solapas. No se quemarán con el mando directo, como sí le pasa a Ada Colau y su equipo en el Ayuntamiento de Barcelona, pero sí que ejercerán el poder desde las bambalinas de aliados estratégicos. 

Dentro de un tiempo todos recordaremos este periodo. La historia no se escribirá diciendo que Junts pel Sí ha vendido su alma a la CUP para lograr la independencia de Cataluña, sino que lo más probable es que se recuerde un gobierno nacionalista que ni consiguió más soberanía ni gobernar para todo el país.

Ellos lo han querido, es obvio. Fueron ellos quienes decidieron anteponer su posición soberanista a cualquier otra y que fuera la CUP quienes garantizaran su permanencia en el poder. Se arrepentirán, por supuesto, pero quizá entre todos se lleven por delante un modelo de país que podía ser perfectible más que dinamitable.

Lo verán; la CUP existe, está, se siente, se nota y hasta traspasa…