Tópicos, ideas que han quedado asentadas sin ninguna justificación. Una de ellas es que, supuestamente, la izquierda española debería estar más cercana a los anhelos del independentismo catalán. Algunas voces del independentismo, como Pilar Rahola, y los dirigentes de los partidos soberanistas, como el inefable Gabriel Rufián, o el propio Carles Puigdemont, muestran su enojo porque en el otro lado “apenas hay nadie”. Ni intelectuales, ni el mundo de la comunicación, ni escritores o artistas españoles. Silencio. ¿Cómo es posible?, se preguntan. ¿Qué ha ocurrido en España, qué hace el PSOE, por qué sigue al Gobierno del PP, por qué esa timidez ahora de Podemos, de Pablo Iglesias?

Aparecen señores que dicen lo que piensan, que rompen ese silencio porque se cabrean con determinadas expresiones. Sale José Sacristán, un hombre siempre comedido, que es la representación del ciudadano comprometido de izquierdas, una imagen de la Transición, un actor que sigue trabajando con una profesionalidad envidiable, y asegura que está harto de que se identifique a España con el franquismo y que se hable de presos políticos. Otro señor que suele medir también sus palabras, Antonio Banderas, se atreve a cuestionar cómo es posible que no se sepa nada de los más de 900 heridos en el referéndum del 1 de octubre. Un expresidente --se le puede criticar todo lo que se quiera, faltaría más-- como Felipe González, se atreve a sugerir que la actuación de los partidos independentistas los días 6 y 7 de septiembre de 2017 en el Parlament se asemeja mucho a un golpe de Estado.

Los intelectuales y artistas de izquierdas se cabrean cuando se les dice que España sigue en el franquismo

Y nadie, de esa izquierda española que cantaba con fervor las canciones de Lluís Llach en la Transición --el exministro Carlos Solchaga lo dice con claridad--, sale en defensa del independentismo ni critica ni monta en cólera por la “represión” del Estado. ¿Qué sucede?

En diferentes encuentros en Madrid, este cronista pregunta de forma insistente por esa cuestión. Personas de todo el abanico ideológico, pero, principalmente, en el flanco de esa izquierda progresista. Intelectuales, ensayistas o políticos señalan que no entienden cómo es posible que el independentismo incida en que España es poco menos que una Turquía modernizada. Un ensayista y profesor de Humanidades, como Luis Gonzalo Díez, autor de un enorme libro, El viaje de la impaciencia, del que daremos cuenta en Crónica Global, sobre la figura de Herder, --un autor tan próximo para el nacionalismo y, personalmente, para Jordi Pujol-- asegura que no puede compartir las pullas constantes del independentismo contra España.

Pilar Rahola se asombra, y formula encendidas --¿dramatizadas?-- proclamas en contra de esa izquierda española que no hace nada por “Cataluña”, confundiendo, una vez más, una parte por el todo. Y nadie se pregunta en el seno del independentismo que, quizá, el problema es que quien circula en contra dirección es, precisamente, el movimiento independentista.

Eso es un problema enorme, porque demuestra un aislamiento cognitivo. El independentismo se ha creído tanto su propio relato que será muy difícil darle la vuelta.

El Gobierno del PP no se ha enterado de nada desde 2012, pero la responsabilidad es del independentismo

Sí es cierto que en los países occidentales la transformación en todos los ámbitos corre a gran velocidad, y que la lucha contra el terrorismo yihadista ha llevado a los gobiernos a legislar estrechando los límites de la libertad de expresión. Y que el Gobierno del PP lleva muy mal su acelerada descomposición. Pero España, y eso lo sabe muy bien Sacristán, está muy lejos del franquismo y de la Turquía de Erdogan. Tal vez el problema sea que nadie sabe bien qué horizonte debería perseguir España. Pero tampoco lo sabe Francia, ni el Reino Unido, y menos Italia en estos momentos. La confusión es global.

Pero hay hechos. Y si no se reconocen, encauzar la situación en Cataluña no será posible. Y el principal ocurrió en el Parlament, los días 6 y 7 de septiembre. La ley del referéndum que se aprobó señala que sería “vinculante”. En su artículo 2.2 se indica que la ley establece “un régimen jurídico excepcional, dirigido a regular y garantizar el referéndum de autodeterminación de Cataluña”, y que ésta “prevalece jerárquicamente sobre todas las normas que puedan entrar en conflicto con la misma, en tanto que regula el ejercicio de un derecho fundamental e inalienable del pueblo de Cataluña”. ¿Parece poca cosa, mayor deslealtad con la democracia española?

Los hechos del 6 y 7 de septiembre muestran una deslealtad total con la democracia española

Luego ocurrieron más cosas. Y sí, sí, la actuación policial durante el 1 de octubre fue demencial, lo que dejó en evidencia a un Gobierno, el de Mariano Rajoy, que no se ha enterado de nada desde la Diada de 2012.

Sin embargo, el independentismo debe asumir las consecuencias de sus actos. Y entender que así, diciéndoles al resto de españoles que viven en un país que sigue instalado en el franquismo, muy poca gente, y menos en el seno de la izquierda comprometida y de largo recorrido en España, querrá saber nada.

Sólo lo harán y lo están haciendo aquellos que, queriendo zurrar a la derecha que identifican con el PP, se entregan a la causa independentista de una forma que hace sonrojar. Pero si el independentismo está satisfecho con esos apoyos, va servido.