La situación exige otros comportamientos, otras actitudes. Pero, tal vez, es pedir demasiado. El presidente Quim Torra será fiel hasta el último momento a su concepción de la política y, seguramente, a su propia idea de cómo actuar en la vida. Con precipitación y con toda la insolencia se ha permitido enviar una carta al rey Felipe en la que le comunica que es mejor que no visite Cataluña porque se acaba de decidir una especie de confinamiento. No es esa, sin embargo, la razón, sino la de explicitar el rechazo a la Corona, uniéndose a la ola populista --aunque él forma parte del núcleo del movimiento-- que pide abolir el “régimen del 78” utilizando el caso judicial que afecta al emérito Juan Carlos I.

Se indigna Torra porque el Rey se refiere a la comunidad autónoma de Cataluña y no al “país” de Cataluña, y porque no le ha informado de los lugares e instituciones que tenía ya agendado visitar el monarca.

El gran problema de Cataluña es que sus dirigentes son incapaces, por una cuestión de mala fe, de diferenciar entre todos los casos que sean merecedores de castigo y de investigación judicial, de las propias instituciones. ¿Se cargaría de igual forma contra un presidente de la República si se hubiera visto en la misma tesitura que el emérito Juan Carlos I? ¿O se trata de subirse al carro de la demagogia?

El rey Felipe tenía previsto visitar el día 20 a empresarios en el Círculo de Economía --una institución que acaba de recibir al vicepresidente de la Generalitat, el republicano Pere Aragonès--, la Sagrada Familia y el Barcelona Supercomputing Center (BSC). Finalmente, la visita se reducirá al Monasterio de Poblet.

En paralelo, sin embargo, y esa es la gran paradoja, o el drama que vive Cataluña en los últimos años, los propios consejeros de la Generalitat son incapaces de gestionar la difícil situación a la que se ha llegado con los rebrotes del Covid en Lleida, Barcelona y L’Hospitalet. La sensación de inoperancia es total. No se quiere saber nada de las instituciones españolas y se rivaliza con la Justicia, porque se toman decisiones sin pensarlas, como el confinamiento en Lleida, sin un decreto adecuado, que se tuvo que improvisar ante el rechazo inicial de la jueza.

Hubiera sido todo muy sencillo. El Govern de la Generalitat no encontrará tantas facilidades con otro Gobierno español. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, lo constató al ofrecer “toda la ayuda necesaria” para afrontar el problema sanitario. Pero el Govern no quiere ayuda, sólo intenta exhibir que es la Justicia española la que no deja hacer nada a los gobernantes catalanes.

La misma paradoja se produce con la Unión Europea. Le salga bien o, tal vez, salga trasquilado, Pedro Sánchez acude al Consejo Europeo de este fin de semana con la voluntad de lograr un gran acuerdo para España, para obtener una buena parte del fondo de reconstrucción económica de la UE a través de transferencias y no de créditos o avales. Es de suma importancia porque se trataría de un embrión de una deuda europea compartida. Y el mismo Govern de la Generalitat está pendiente, como señaló Pere Aragonès, precisamente en el Círculo de Economía este pasado martes. La intención es que lo que logre Sánchez se pueda transferir, luego, a las comunidades autónomas, para reconstruir el tejido económico y social.

España trata de ayudar. O, mejor dicho, el Gobierno de la Administración central, desea ayudar al resto de administraciones, a los gobiernos autonómicos y a los gobiernos locales. El Ministerio de Sanidad se ofrece para coordinar y prestar los servicios que se precisen para atajar los nuevos brotes de la pandemia.

Pero la respuesta de Torra es una carta en contra de la monarquía, sólo porque ahora queda muy bien subirse a la ola populista y porque, claro, el rey Felipe pronunció el discurso del 3 de octubre, que dio pie a la aplicación del artículo 155 de la Constitución. ¿Cómo es posible que Torra siga sin entender el puesto que ocupa? ¿Cuál? El de representante, como presidente autonómico, del Estado en Cataluña. Él es también Estado, y el jefe de ese Estado es el rey Felipe. Es muy sencillo.