Fue un espejismo. Parecía que Cataluña –el nacionalismo catalán, para precisar– tenía prisa por reconstruir todo lo que ha destruido en los años del procés, la década más oscura de la historia reciente. Tras las penurias, se dibujaba en el horizonte una década de proyectos que debían culminar en 2030. Pero no. Se han caído todos por el mismo motivo: la inoperancia de nuestros políticos. Todos. Habrá que esperar. Y si algo se confirma es que la política es el arte de generar problemas para tratar de solucionarlos después. Un bucle.

Dos eran, en concreto, los proyectos de envergadura para la próxima década. El primero, la ampliación del aeropuerto de El Prat, se esfumó tal cual nació, como Ciudadanos en Andalucía. Con las inversiones apalabradas, fueron las distintas visiones en el seno del Govern (ERC, en contra; Junts, a favor) las que dinamitaron la propuesta de Madrid (al que se encargaron de culpar tras el frenazo). Y lo malo no es eso, sino que se paró el plan sin una alternativa posible. Años y oportunidades perdidos. Luego ya pueden manipular las cifras para decir lo poco que invierte el Estado en la autonomía...

El segundo proyecto era el de los Juegos Olímpicos de invierno para 2030, una candidatura conjunta entre Cataluña y Aragón. Pero la ineptitud de los responsables ha acabado también con esa posibilidad. No se libra nadie. Más allá de las discrepancias y las discusiones propias que puede haber en las negociaciones de un evento de estas características, lo que queda de todo ello es la imagen que estamos dando al mundo y el daño que le están haciendo a la política, una actividad cada vez menos creíble. No es que seamos incapaces de ponernos de acuerdo, es que nos tiramos los platos a la cabeza. Insultos, reproches, nacionalismo de la peor calaña. Para eso, mejor no presentarse. Evitaremos un ridículo mayor. Pero que no lo intenten tampoco en 2034. Qué pereza.

En paralelo, en el caso de Cataluña, cada vez somos más pequeños. Más pobres y más pequeños. Milagrosamente, Barcelona sigue siendo una marca bien posicionada, aunque no hay que confiarse, por más que algunas opciones políticas traten de denigrarla –hoy es una metrópolis más insegura, enemiga del vehículo privado y poco amable con el turismo, por citar algunos ejemplos–. Pero, en cambio, la gran apuesta del independentismo sigue siendo la cuestión lingüística, que nos traerá prosperidad y helados de postre para todos –nótese la ironía–. De verdad, ni siquiera los socios de Govern han hablado –o no mucho– acerca de la reunión que mantiene este miércoles la consellera Vilagrà con el ministro Bolaños en Madrid para recuperar la senda del diálogo, por lo que se ha abierto otra minicrisis ERC-Junts.

No obstante, hay que ser optimista, y Cataluña volverá un día a ser lo que fue, solo que lo logrará de manera más lenta por la incapacidad de unos políticos que no sabrían ni gestionar la escalera de los vecinos. En eso, en su ineficiencia, sí merecen la medalla de oro. ¿Cuándo les exigiremos ciertos requisitos para acceder a esos cargos?