La pregunta retórica es de Juan Carlos Monedero, el incombustible fundador de Podemos que tuvo que abandonar la primera línea de la política institucional, pero que sigue ejerciendo de azote a todo aquel que se desvía de la dirección que marca la pareja Pablo Iglesias-Irene Montero desde un segundo plano, como si estuviera en la clandestinidad.

Es su forma de reaccionar ante el nacimiento de Más País, la formación que lidera el antiguo portavoz de Podemos en el Congreso Íñigo Errejón y que se prepara para concurrir en las elecciones del 10N. Solo lo hará en las provincias a las que corresponden más de siete diputados con el objetivo de no desperdiciar votos. Y, lógicamente, irá de la mano de antiguos socios de Podemos, grupos como Compromís, Equo o En Marea.

A Podemos le ha salido un enorme grano, y la respuesta sensata no debería ser la descalificación y la acusación de estar al servicio del PSOE y de los poderes oligárquicos.

A la izquierda del partido socialista siempre ha existido un espacio en este país, un espacio donde estuvo el PCE con suerte diversa mientras vivió y donde se instaló modestamente Izquierda Unida. Podemos parecía destinado a ocupar ese nicho electoral, pero todo empieza a apuntar que su éxito inicial tenía más que ver con los efectos de la crisis económica que con un proyecto político.

Parece que la fragmentación del Parlamento español, también en la izquierda, es inevitable. Y a estas alturas da la sensación de que la formación que estaba destinada a recoger el desgaste del PSOE no consigue cuajar. El resultado de las negociaciones para formar Gobierno tras las elecciones de abril va en esa línea. Pablo Iglesias se ha empeñado en demostrarlo, aunque sus palabras digan lo contrario, cuando primero hace cuestión de su presencia en el Consejo de Ministros y luego cede, pero propone a su mujer como vicepresidenta. Es un error que puede salir muy caro al país y a Podemos: ha perdido una gran oportunidad de adquirir experiencia en la gestión y de demostrar que es capaz de vivir en las instituciones sin romper el mobiliario.

Comprar la ropa en Carrefour, con todos los respetos, es insultante para quien que no tiene más remedio. Cuando lo hace quien vive en un chalet de Galapagar como el de la familia Iglesias Montero es pura demagogia. El electorado potencial de la izquierda del PSOE tendrá que elegir entre quien es alérgico a la chaqueta y viste camisas mal cortadas de dos tallas de más y quien procura no desentonar ni llamar la atención por cuestiones tan superfluas como la vestimenta. Puede parecer anecdótico, pero nos acerca a la forma y al fondo de estos personajes.

Eso es lo que trata de hacer Errejón y que al parecer no entiende Monedero. Proponer una alternativa al PSOE diferente de la que encarna Podemos, alejándose de una idea desgastada y barata --en el peor sentido del término-- de lo que es la izquierda. ¿Quiénes son los herederos del partido comunista; o sea, los representantes de los descamisados --los que van en camiseta-- de hoy en día? 

Sin duda, la irrupción de Errejón como alternativa a Iglesias/Montero puede interpretarse con razón como una respuesta, como una venganza, como un desquite. Pero podríamos hacer el ejercicio de buscar en la derecha o en el centro un caso similar. No existe. Y puede que eso tenga que ver con la forma caudillista con que Iglesias dirige Podemos. Este sábado ha tenido la ocurrencia de descalificar a Errejón recordando que sus propuestas nunca tuvieron el respaldo de las bases, que siempre estuvo en minoría mientras militó en Podemos. Esa es la razón que explicaría, si leemos entre líneas, que fuera purgado y que la mujer del líder ocupara su puesto. Tremendo.

Encima, ha reescrito el desastre de 2016, atribuyendo a Errejón la voluntad de gobernar con Ciudadanos, cuando la retórica de aquel momento del propio Iglesias consistía en acusar al PSOE de levantarse de la mesa de negociaciones y hacer imposible el acuerdo que llevaba de mochila el pacto del abrazo entre Pedro Sánchez y el Albert Rivera de entonces. Tremendo también.

Lo que va a pasar, previsiblemente, es una fragmentación severa del electorado de Podemos. Es difícil prever hasta dónde llegará, pero si Iglesias insiste en un mensaje que objetivamente bendice el castigo a la discrepancia, cabe suponer que tiene recorrido. Y, pese a lo que dicen algunos, la emergencia de Más País --¿por qué tendrían que llamarse Más España, si no son nacionalistas?-- difícilmente ayudará a formar un Gobierno de izquierdas tras el 10N.