Que el procés ha vivido por encima de sus posibilidades es algo que sus propios inductores saben. Esa burbuja secesionista está a punto de estallar y hay señales que lo demuestran. División en las filas separatistas, tertulianos que abjuran de la “transición catalana”, altos cargos que amagan con el motín o que aprovechan el puente aéreo para estrechar lazos con el Gobierno de Pedro Sánchez...

La etapa tardoconvergente ya no da más de sí y los continuos cambios de siglas solo sirven para aumentar esa inflación independentista de corte neoliberal, que incluye nuevos chiringuitos y asociaciones afines. Solo la resistencia de ERC a romper con sus socios de Gobierno mantiene al cismático gobierno de Quim Torra. Los republicanos tienen a su favor las encuestas y una ideología de izquierdas en la que apoyar sus futuras alianzas. Al círculo de Torra y Carles Puigdemont solo le queda el autoengaño. “Una nación es un grupo de personas unidas por una imagen errónea del pasado y el odio a sus vecinos” decía en el siglo XIX el pensador francés Ernest Renan. Pues eso. Normal que Torra se resista a convocar elecciones, pues son muchos lo que viven del cuento.

De la burbuja separatista da fe también el Expediente de Regulación de Empleo (ERE) que en su día se aplicó en Convergència y los problemas laborales que se vislumbran en la Assemblea Nacional Catalana (ANC). Me cuentan que los trabajadores temporales de esta asociación activista comienzan a inquietarse. Les ofrecen contratos indefinidos con condiciones inasumibles. Ahora se entiende la decisión de la ANC de presentarse a las elecciones municipales. Hay que buscarse la vida.

En ocasiones, la inflación independentista combina lo real y virtual. Suscribirse a la web del Consejo de la República es tan fácil y libre que cualquier persona puede hacerlo bajo el nombre de Darth Vader o Milosevic. Protección de datos, ninguna. Pero de ahí está sacando unos eurillos ese gobierno paralelo (y también para lelos) que permitió a Puigdemont ser homenajeado a distancia en el Palau Sant Jordi prácticamente bajo palio. Liturgia monárquica para una república que no existe, tal como sostiene un agente de los Mossos ahora perseguido por la cúpula de la Consejería de Interior. La más politizada de la democracia.

Ello también es consecuencia del overbooking neosecesionista, pues son muchos los antiguos convergentes que abrazaron el secesionismo para seguir viviendo de la administración catalana. Este es el caso de Miquel Buch, actual consejero y exalcalde de Premià, militante de CDC desde los 21 años, y de Brauli Duart, expresidente de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA), número dos del departamento. Los trabajadores de TV3 y Catalunya Ràdio celebraron su marcha del ente, pero ahora son los Mossos quienes sufren la herencia de la vieja guardia.

Ellos han sido recolocados en cargos ya existentes, pero acabemos con la farsa. La creación de chiringuitos independentistas, medios de comunicación afines, “embajadas” absurdas y asociaciones prosecesionistas tiene una única razón de ser: la de agradecer favores y dejar atada y bien atada una red clientelar del soberanismo. Jordi Pujol era el mejor en eso. Algunos de sus cimientos (vecinales, gubernamentales, empresariales…) persisten. De las urnas depende dinamitarlos.