Más allá de lo antidemocrático que supone manifestarse contra un tribunal para influir en su decisión --un hecho excepcional en occidente pero habitual por parte del nacionalismo catalán--, la concentración secesionista del sábado en Madrid deja algunos apuntes positivos.

Por una parte, como se han hartado en subrayar estos días editorialistas, articulistas y políticos, desmonta el argumento independentista de que España es un país pseudofascista e intolerante que aplica una represión brutal contra los indefensos nacionalistas catalanes. Lo cierto es que miles de ellos --aunque muchos menos de lo esperado-- se manifestaron sin problemas por la capital de ese país opresor, cuyos habitantes se limitaron a mostrar curiosidad antropológica o indiferencia.

Por otra, señala el camino a seguir por parte del independentismo catalán. Esto es, utilizar todas las armas democráticas a su alcance para intentar lograr su objetivo. Pero solo los mecanismos democráticos, como es el derecho a manifestarse pacíficamente.

A eso me refería hace unos meses cuando desde esta misma tribuna invitaba a los independentistas a “aprender a aguantarse y a gestionar las propias frustraciones”. La movilización del sábado es un buen ejemplo. Seiscientos kilómetros de autobús, un paseo por el centro de Madrid lanzando proclamas absurdas e insultantes --mientras la policía garantizaba su derecho a provocar-- y de vuelta para casa. Así, sí.

Pero no todos lo tienen claro todavía. El linchamiento mediático a Millo y a la secretaria judicial del 20S, así como la negativa de Torra a acatar la orden de la Junta Electoral Central de retirar los lazos amarillos son, en cambio, el resultado de frustraciones mal digeridas y mal canalizadas que la justicia debe corregir sin contemplaciones.

“No han entendido nada”, “Madrid no escucha”, claman algunas voces destacadas del independentismo para sofocar su desengaño tras comprobar que la España negra que proclaman a los cuatro vientos, en realidad, no existe, y que su discurso cada vez interesa menos fuera del terruño.

Los que siguen sin entender nada son los dirigentes y muñidores nacionalistas que, tras purgar a los (presuntos) moderados, siguen empeñados en el cuanto peor, mejor y basan toda su estrategia en la radicalización y en bloquear la gobernabilidad a nivel nacional.

Allá ellos.