El adversario siempre tiene defectos. No hace las cosas como debería, y no ha seguido el modelo de los países que sí lo han hecho bien. El independentismo catalán ha crecido en los últimos años con una máxima: la de denigrar al Estado español, al presentarlo como un Estado represivo, que no respeta las minorías. El independentismo nunca ha admitido que hay una nación, que es la española, al margen de que pueda existir también la nación catalana. ¿Por qué?

Lo hace porque sabe que la construcción de la nación española ha tenido defectos, carencias, porque el proceso histórico ha sido accidentado, pero esa construcción nacional, que se quedó a medio camino, no implica que España sea algo abstracto o diferente a lo que ha ocurrido en otros países del entorno europeo. España no construyó mejor o peor la nación española que Alemania, por ejemplo. Se dirá que, en cambio, con Francia la cosa fue diferente. Pero la idea de nación francesa también es reciente. Sólo con la guerra franco-prusiana de 1870 se afianzan las concepciones de las dos naciones, de Francia y de Alemania. En el caso español, es cierto que el siglo XIX se aprovecha a medias, y que la inexistencia, precisamente, de una guerra contra otro país --aunque parezca una paradoja-- impidió reforzar esos lazos como nación.

Uno de los valores de España, que el independentismo no quiere ni escuchar, es que, precisamente, no fue Francia, y no pudo ni estableció ningún plan para ello de una forma sistemática --aunque digan lo contrario--. No lo fue porque no aplicó la enorme coerción de Francia contra sus pueblos internos, contra sus nacionalidades particulares.

España fue antes que nación un Imperio, y, al perderlo cuando otros Estados comenzaban a construirlo, como el caso de Inglaterra, no tuvo ya los medios para construir la nación española. Los últimos vestigios del Imperio, con la pérdida de Cuba, coincidieron, y no por casualidad, con la puesta en escena del regionalismo catalán, y del posterior nacionalismo catalán, y también del nacionalismo vasco.

Llegan estas reflexiones a partir del libro de Josep Maria Colomer España: la historia de una frustración, en el que incide en esa cuestión, y en la imposibilidad de España de consolidar una verdadera democracia de alta calidad. El profesor Luis Bouza ha apuntado en Agenda Pública que Colomer sólo tiene un modelo para comparar, y es el de Inglaterra y el Reino Unido.

Si la evolución del Estado es diferente a la que experimentaron los ingleses, entonces no vale, es un país que tiene carencias. Es una crítica posible. El hecho es que Colomer aporta datos que son necesarios tener en cuenta. Una de las ideas es que, como señala el politólogo Stein Rokkan, en la Europa medieval y moderna “no ha habido en ningún lugar un encaje completo entre el Estado y la nación, ni tan solo Francia", la tan admirada en España por algunos sectores políticos.

Veamos: durante la Revolución y la Primera República, a fines del siglo XVIII, sólo el 20% de la población hablaba francés, y sólo el 40% podía seguir una conversación en francés. Antes de la Tercera República, en 1871, como señala el historiador Eugen Weber, “muchos no hablaban francés, sino una gran variedad de lenguas, no conocían (ni mucho menos usaban) el sistema métrico, los pistoles y los écus eran más conocidos que los francos, los caminos eran pocos y los mercados permanecían distantes”.

La nación ha sido siempre algo en construcción, en la mayoría de casos desde el Estado, que ya existía. En otros, es cierto que se construyó la nación, dando paso al Estado, como pudiera ser Alemania, pero sin perder de vista que fue Prusia, como entidad, la que lo hizo posible.

¿Entonces, a qué viene esa especie de desprecio a lo español, porque no pudo construir mejor la nación española desde el Estado? ¿Qué se quería, que hubiera arrasado las minorías nacionales y lingüísticas, como hizo Francia?

España es el resultado de su historia, claro, como todos los países. Ha tenido un pasado oscuro, peor que otros, cierto, pero ha llegado a metas similares, a una democracia que es perfectible, porque eso significa la democracia: ir avanzando, en un proceso deliberativo, hacia mejores formas de organización colectiva y a la prestación de mejores servicios. Y, le gustara más o menos, pudiera construir mejor o peor la nación española, resulta que es un Estado autonómico, donde el catalán disfruta de la mejor situación en toda su historia, con autogobierno y con la posibilidad de mejorarlo.

¿Entonces, a qué estamos jugando?