Lo más probable es que en el último minuto cierren un acuerdo de mínimos. Sí, eso es lo que planea sobre la situación de la política en Cataluña. Pero, pese al posibilismo del pacto que puedan suscribir en tiempo de descuento, al independentismo se le han separado las vísceras después de las últimas elecciones y los hechos que han rodeado lo acontecido: prisión de varios de sus dirigentes y fuga al extranjero de otros.

Las dificultades que ERC, Junts per Catalunya y la CUP muestran para lograr un consenso sobre quién debe ser el nuevo presidente independentista que haga uso de la mayoría parlamentaria lograda en diciembre empieza a ser una inequívoca señal: el movimiento político muestra signos de agotamiento.

Todos los mensajes pragmáticos de su intelectualidad orgánica no han dado ningún resultado todavía. En contraposición a Agustí Colomines, historiador acrítico y serpenteante y radical asesor, el periodista Francesc-Marc Álvaro encara la moderación secesionista. Un día le fallarán las cuerdas vocales de tanto repetir a los suyos que lo inteligente es tomar de nuevo el poder institucional (so pretexto de recuperar las instituciones intervenidas) y desde allí rehabilitar el dañado inmueble separatista. Hay muchos estómagos a los que mantener y quedarse sin la llave de la caja fuerte convierte en casi imposible la continuidad vigorosa de ese proyecto de ingeniería social que supone capilarizar la sociedad civil (ensanchar la base social lo llaman) y alimentar a los medios de comunicación favorables a la causa.

El movimiento político independentista muestra signos de agotamiento

En la acera de enfrente, la CUP ha aprendido que su principal valor es aún el que le permitió fusilar políticamente a Artur Mas: influir en el Parlament y acosar en la calle.

ERC se ha quedado por el propio desarrollo de los acontecimientos sin líderes con los que afrontar un paso más en su estrategia de suplir a la antigua Convergència i Unió. Los restos del PDeCAT han sucumbido al engendro electoral de Junts per Catalunya y el resultado (fue la candidatura soberanista más votada) les ha tapado la boca. Los dos monstruos engordados estos últimos años para acompañar a los partidos en el festival de pulso al Estado, ANC y Òmnium, siguen terciando tanto como las propias formaciones políticas y, sin someterse al democrático escrutinio del voto, sostienen su influencia en un movimiento cada vez más atomizado, dividido y fracturado.

Que el independentismo ha fracturado Cataluña es ya una premisa indiscutible del análisis racional. Lo que nadie esperaba es que en su incontrolada escalada acabara quebrando por dentro al propio fenómeno. El secesionismo organizado es hoy un espejo roto en mil pedazos, cuyos restos podrían permitir incluso gobernar pero que siempre mantendrían una putrefacta situación política en la comunidad autónoma.

El independentismo continúa sin reconocer que perdió la guerra con el Estado, aunque venciera en alguna batalla, como la del relato

¿Iremos a nuevas elecciones?, preguntan desde diferentes ámbitos. Posibilidad no descartable, respondemos quienes hemos perdido la fe en un devenir previsible de la política catalana. Como igual de factible resulta que las tesis pragmáticas de Álvaro acaben imponiéndose en la recta final y un gobierno soberanista de circunstancias sea el rector de la administración de la Generalitat un tiempo indeterminado.

El independentismo, en ese marco, continúa sin reconocer que perdió la guerra con el Estado, aunque venciera en alguna batalla, como la del relato. Confunden la astucia de la que han hecho gala durante estos tiempos recientes con la inteligencia de un movimiento que tocó máximos y ahora se descompone con el paso de los días, los libros de Santi Vila, el bloqueo de TV3 y que se diluiría a velocidad de la luz si perdiera el poder institucional que tanto contribuye a su argamasa.

Los navajazos que se propinan entre los tres partidos defensores del sueño de Ítaca son la mayor y más clara representación de que unir agua, aceite y sal en un mismo vaso jamás alumbrará un producto nuevo y ensamblado, sino tres elementos que sólo comparten recipiente, cada uno de ellos con su propia jerarquía y densidad.