Es ya un camino sin salida, porque los principales responsables de la situación en Cataluña no quieren rectificar. Consideran que necesitan un largo proceso para hacerlo y siempre que, en el otro lado, se produzcan gestos notables. Unos gestos que, a estas alturas del partido, sólo deberían pasar por el reconocimiento del derecho de autodeterminación. A Miquel Iceta, un político serio, de larga trayectoria, que no comete errores, le ha ocurrido algo que ha comenzado a ser frecuente. El fervor del independentismo, y su entrevistador en la revista Berria, Marcelo Otamendi, es un claro ejemplo, consigue casi siempre, que se entre en el mismo terreno de juego. Es el arte y la capacidad del independentismo, que ha anulado la capacidad de ejercer la política, de pensar en otros términos, de dibujar otras salidas posibles.

Es cierto, y es necesario conocerlo y además es muy apasionante desde un punto de vista intelectual, que existe un debate académico sobre la secesión. Lo explica con detalle uno de los mayores especialistas, el catedrático de Duke (EEUU) Allen Buchanan. Si consideramos que existe un derecho a la secesión, desde el punto de vista democrático, que es la apelación constante que formula el independentismo catalán, deberíamos tener en cuenta algunos supuestos, los que el propio Buchanan expresa: si se trata de una anexión injusta del territorio de un estado soberano; si se han producido violaciones a gran escala de derechos humanos fundamentales; si existe una redistribución discriminatoria continuada y grave o una vulneración por parte del Estado de las obligaciones del régimen autonómico o intraestatal o la negativa continuada a negociar una forma de autonomía adecuada.

Todo eso dentro de una democracia. Es decir, sin necesidad de apelar a Naciones Unidas. De lo que habla Buchanan es de la secesión como remedio, la remedial secession. Pero, ¿Cataluña encaja en algunos de esos supuestos?

Hay cosas que no se deberían someter a la deliberación, a la opinión de cada uno, como si hubiera diferentes verdades, tantas como individuos. Hay indicadores objetivos. Y se debería tergiversar mucho la realidad para considerar que Cataluña se puede acoger a uno de sus supuestos. Sencillamente no es verdad. El relato del independentismo es falso. No hay argumentos sólidos. Entonces, ¿por qué hay que entrar en su terreno de juego?

Ese es el miedo escénico que ha conseguido crear, con potencia, con medios de comunicación, con intelectuales orgánicos, con cargos pagados en la administración, y también, es justo decirlo, por profesionales liberales y ciudadanos en general que lo han interiorizado de buena fe. El independentismo actúa, por tanto, como el estadio del Real Madrid, el Bernabéu, como decía Jorge Valdano: un miedo escénico que es difícil de eludir.

Por eso, Iceta falla cuando contesta una pregunta. El entrevistador le lleva al rincón que desea, y el líder del PSC se ve en la tesitura de decir si sería suficiente o no que el 65% de catalanes estuviera a favor de la independencia para iniciar una negociación. Es evidente que la democracia debe resolver la cuestión catalana. Es respetable la opinión de casi la mitad de los catalanes, pero los dirigentes políticos como Iceta que buscan puentes y que creen en proyectos compartidos deben liderar, marcar el campo de juego, trazar las líneas de ese campo. Y dejar ya de jugar siempre fuera de casa. Y las bases de un sistema federal pueden ser las mejores. Pero en serio. Con todas las consecuencias.

Si no se produce ninguno de esos escenarios que considera Buchanan –y vamos ya a hacer caso a los expertos, porque estamos en un momento en el que nada se respeta, marcado por una gran frivolidad— ¿por qué no se les dice de frente a los independentistas que deben pasar página y entender que se han equivocado?

El catalanismo debe prevalecer, ha sido un gran instrumento político, ha ayudado a modernizar Cataluña y el resto de España. Pero también ha conllevado unas falsas expectativas. Y Cataluña forma parte del demos español. La interrelación es enorme entre todos los ciudadanos españoles. ¿A qué espera la izquierda para jugar ya de una vez en su propio estadio, con su afición, con sus balones, con sus porterías? ¿A qué espera Pablo Iglesias, por ejemplo, que si se considera profesor de ciencia política debería haber leído a Buchanan, a dejar ya de apoyar una causa falsa? ¿Por qué pierde tanto tiempo la izquierda?