La condena del Tribunal Supremo a los políticos que participaron en la organización del 1-O ha desatado las pasiones en Cataluña. Tanto, que los disturbios ocurridos en Barcelona, Girona, Lleida y Tarragona han tapado el debate sobre el sentido de la resolución judicial, con apreciaciones en todos los sentidos de los juristas de los 140 caracteres. Esta discusión se ha mantenido de forma vehemente desde el ámbito del independentismo, más desunido que nunca en las instituciones.

El último movimiento para intentar demostrar que JxCat y ERC no se tiran los platos a la cabeza y que el Govern no está en el alambre y sólo se aguanta por el 10N es la resolución que se llevará al Parlament. El texto en el que ambos partidos reafirman junto a la CUP su derecho a votar la autodeterminación y la abolición de la monarquía. Una nueva demostración de que el envite contra el Estado está vivo y de que el Tribunal Constitucional no resulta un freno para sus opciones políticas pero que, en el fondo, es más del mismo humo que se respira en Cataluña desde hace demasiado tiempo.

Debatir no implica votar ni decidir nada, por lo que se queda a años luz del anuncio que hizo el presidente de la Generalitat, Quim Torra, hace tan sólo una semana. El de que llevaría de nuevo las urnas a la calle para votar la secesión. Es echar otro pulso al Supremo, tal y como han recordado los letrados de la Cámara, pero sin consecuencias que vayan mucho más allá del enésimo correctivo hacia los independentistas.

Torra está más solo que nunca y la resolución aprobada es otra muestra de ello. Especialmente si se tiene en cuenta que el debate sobre el debate (valga la redundancia) no ha entrado en el orden del día del pleno que empieza hoy miércoles. La resolución se deja en el cajón hasta la semana del 13 de noviembre. El calendario de sesiones no se retomará hasta pasadas las elecciones generales.

Se ha obtenido una photo opportunity para demostrar a los independentistas que el procés sigue vivo, una imagen que suena a déjà vú. Y ello, con una batalla de minutos de pantalla entre Torra y el presidente del Parlament, Roger Torrent. ¿Más actuación desleal del político de ERC, tal y como denunció Puigdemont? Como mínimo, la imagen de unidad que los socios del Govern quieren difundir es algo curiosa. Con la CUP como observadora, el único guardián verdadero de las esencias de la vía unilateral sin matices en el Parlament.

Todo ello no servirá para apaciguar la desafección de la ciudadanía. Ni de los independentistas más convencidos, que cada vez miran con más distancia a los partidos de la Generalitat y que ya ni titubean al abuchear a Gabriel Rufián; ni de los que no apoyan estas tesis políticas y que se mezclan todos en el saco del constitucionalismo. Los que “quizás” no se tuvieron en cuenta en el proceso que llevó hacia el 1-O, tal y como reconoce ahora Carme Forcadell.

La reflexión de la expresidenta del Parlament en la cárcel no ha hecho cambiar los gestos y el teatro del Govern. Más humo, sí, pero sin que nadie mueva un dedo para buscar una salida a la situación actual. Lo ideal sería que no implicara ni vencedores ni vencidos, pero el humo persistirá. Como mínimo, hasta el 10N.