¡Ciudadanos independentistas de Cataluña, ha llegado el momento! Llega agosto, en un tiempo muy convulso. Serán semanas en las que, con toda la prudencia del mundo, muchos podrán descansar y pensar, leer y reflexionar con los suyos. Quizá no lo hagan, pero el momento se presta a ello. Qué mejor que interiorizar un pequeño balance y tener empatía con el resto de conciudadanos, pensando en lo que ha pasado en Cataluña durante todos estos años, teniendo en cuenta, además, cómo el peso de la economía catalana se va diluyendo en el conjunto de España, cómo la vanguardia empresarial, social y cultural ya no es la envidia del resto de pueblos de España.

Esas reflexiones serán oportunas para todos, pero especialmente si las asumen los ciudadanos independentistas, los que, hasta ahora, han ofrecido su apoyo a siglas como las de Junts per Catalunya (JxCat). A todos ellos hay que interpelarles y colocarlos ante un espejo: ¿es Carles Puigdemont la salida que tiene este país? ¿Es una nueva “confrontación con el Estado” lo que precisa la sociedad catalana para poder avanzar en las próximas décadas? ¿Aumentará el PIB catalán, habrá un salto de modernización en las empresas y un nivel educativo más alto para nuestros jóvenes con Puigdemont como bandera de enganche?

También respecto a los ciudadanos que han abrazado a ERC. ¿Es el partido con los cuadros preparados que necesita Cataluña? ¿Han sido los consejeros de la Generalitat republicanos los mejores en esta crisis provocada por la pandemia del Covid?

La respuesta que den a esas preguntas, mientras las maduran en el tiempo que puedan descansar debajo de una buena encina, será determinante para el futuro de Cataluña. Porque lo que ha quedado demostrado es que el país no ha avanzado con esos dirigentes independentistas, la situación no es mejor que hace 10 años, más bien al contrario, con un añadido no menos importante: las instituciones del autogobierno catalán se han degradado, ya no se hacen respetar, porque no han respetado, los que están al frente, la dignidad de los propios ciudadanos.

Y rectificar no es algo que deba ser condenable. No pasa nada. A quien menos se debe culpar es a la ciudadanía, pero eso no quiere decir que no se deba exigir una gran responsabilidad. Si la sociedad catalana, si su mayoría social, vuelve a optar por opciones que no conducen a ninguna parte, ya no se podrá plantear ninguna excusa. Hay experiencia acumulada para saber qué ha pasado. Y está en manos, principalmente, del bloque independentista. Pueden votar a otras opciones, reclamar cambios en sus formaciones políticas o quedarse en casa, mostrando que no quieren seguir en la misma línea que hasta ahora.

Es la hora de los independentistas, la hora de cientos de miles de ciudadanos, de hombres y mujeres encuadrados en la clase media catalana, de pequeños y medianos empresarios, de jóvenes que acceden a la universidad y podrán votar con sus 18 años recién estrenados. Es la hora de todos ellos para decir que Cataluña no puede seguir por la misma senda.

¿Un ejemplo? La decisión del presidente Torra, que nunca debería haber accedido a ese cargo, de no acudir a una reunión necesaria con el resto de presidentes autonómicos, además de contar con la presencia del Rey Felipe VI, que es, guste más o menos, el jefe del Estado de un país democrático. ¿De verdad el señor o señora independentista que quiere lo mejor para Cataluña como cualquier otro ciudadano catalán piensa que esa es la mejor fórmula, la de desentenderse de todo, en un momento tan decisivo, con la oportunidad que representarán los fondos europeos?

Otro ejemplo. ¿Quién acudió a la reunión? El lehendakari Urkullu, aunque había dudado en asistir. Los diputados del PNV en el Congreso valen un potosí, mientras los catalanes, los deJxCat y también los de ERC, siguen cazando moscas.

Llegan semanas de asueto, de cierta tranquilidad. Allí donde se encuentren los independentistas de buena fe, se sientan engañados o no, hay que pedirles que se lo piensen, que no lleven por más tiempo a este país hacia la ruina. Y beban, a la salud de todos, debajo de esa encina, o de ese pino, una cerveza bien fresca. Buen verano.