Se ha repetido una y otra vez a lo largo de los últimos años que el catalanismo había muerto, que ya no tenía ninguna posibilidad, y que Cataluña avanzaba hacia una especie de determinismo independentista. Curiosamente, los que rechazaban esa opción, también linchaban al catalanismo por responsabilizarlo de esa mutación. El independentismo no sería otra cosa, siguiendo esa reflexión, que un progreso lógico del catalanismo. Y, por tanto, la misma culpa tenían los exconvergentes y republicanos irredentos ahora, como los socialistas o los ecosocialistas procedentes del PSUC por haber arropado ese camino. Sin embargo, existe una realidad tozuda, que exige una cierta paciencia y una visión a largo plazo.
El catalanismo lo sigue representando en Cataluña el PSC. Y, aunque dado por muerto también, el partido que lidera Miquel Iceta mantendrá un papel importante en los próximos años. Pero se espera otra cosa en el mapa político catalán, un catalanismo inteligente que sepa responder frente a los retos económicos y sociales, y que recoja una sensibilidad que siempre ha existido en Cataluña: un centro-derecha liberal, que quiere entenderse con las mismas fuerzas políticas en el resto de España y que siempre ha visto, además, en el PSOE a un posible socio de gobierno.
Uno de los politólogos más lúcidos en España, Juan Rodríguez Teruel, señaló en una entrevista en Crónica Global que todo ese independentismo que se ha fogueado, con graves consecuencias personales para sus principales dirigentes, acabará regresando a posiciones pujolistas y a buscar acuerdos con los gobiernos de España. Es el modelo que ha acabado imponiendo el PNV, con posiciones tan firmes y tan sensatas como las del lehendakari Urkullu, que ha pedido algo que debería ya formar parte del frontispicio de cualquier catalanista: llegar a un sistema de acuerdos con el Gobierno central por los cuales ninguna de las partes puede tomar decisiones unilaterales. Y acierta Urkullu, porque ni se pueden tomar medidas desde el País Vasco o Cataluña sin consultar a nadie y rompiendo las reglas democráticas, ni puede tampoco el Gobierno central pasar por alto los derechos del autogobierno, anclado en el Estado de las autonomías.
Y justo ahora llega el momento. El PDeCAT, heredero oficial de Convergència Democràtica, lucha por no morir en el seno de Junts per Catalunya, un invento de Carles Puigdemont, un líder populista que no tiene ningún proyecto concreto para el futuro de Cataluña más allá de mantener las brasas de un procés que languidece. Ese partido se puede romper y muchos de sus cuadros tendrán diversas opciones. No es un instrumento que se pueda despreciar: mantiene los derechos electorales, tiene alcaldes y consejeros comarcales y miembros en las diputaciones provinciales. En paralelo, nace el Partit Nacionalista Català, que quiere emular al PNV, y que lo apoyan exconvergentes, pero lo forman ya numerosos profesionales, jóvenes con inquietudes, una generación entre los 30 y 40 años que quiere asomar la cabeza.
En un territorio similar, pero no igual, figura la formación Lliures, de Antoni Fernández Teixidó, que ha querido marcar con mayor claridad la frontera con el independentismo: ni posibles referéndums ni nuevas aventuras. Y también está Units per Avançar, con unos pocos cuadros que provienen de Unió Democràtica, y que lidera Ramon Espadaler. Otro intento es el de la Lliga Democràtica, con una incidencia parecida, con Lliures, en el eje socio-económico, con una apuesta por políticas concretas encuadradas en el centro-derecha.
Costará que surja de todo ello una opción catalanista sólida, firme, con garantías, pero la necesidad de que aparezca es vital para Cataluña. ¿Un ejemplo? Los decretos sobre vivienda que ha liderado un consejero como Damià Calvet, exconvergente, pero que no ha podido sucumbir a los cantos de sirena del populismo de izquierdas que se ha impuesto en todo el independentismo. ¿De verdad no hay nadie capaz de recoger ese guante para, desde el catalanismo, desde la defensa sin titubeos del autogobierno, legislar con criterio y defendiendo a las amplias capas de la clase media con propiedades en este país?
Jordi Pujol ganó en 1980, contra todo pronóstico, porque alguien no entendió que en Cataluña había más propietarios de mercerías que cantautores. Y, a pesar de la crisis, al margen de todo lo que ha sucedido, y de que esas clases medidas se han visto sacudidas y mermadas, todavía existen y reclaman que alguien les proteja y les defienda.
En el campo económico se señala que la oferta crea la demanda. Y la oferta debería concretarse lo antes posible. Sólo así se conocerá, realmente, el tipo de demanda realmente existente.
Y si triunfa, aunque sea sólo sacando la cabeza entre todo el marasmo que ha provocado el independentismo-populista, el tablero catalán cambiará de forma sustancial, y Rodríguez Teruel tendrá razón.
También debería reflexionar en profundidad la derecha española, como apunta el economista liberal Lorenzo Bernaldo de Quirós en una entrevista en Crónica Global este domingo. Ha dejado pasar muchas oportunidades para resolver las grandes cuestiones en España: un Estado más eficiente y un anclaje mejor ordenado y satisfactorio de Cataluña en el conjunto de España.