El obispo de Lleida José Meseguer Costa, de viaje pastoral por sus dominios episcopales, escribe en su dietario el 21 de mayo de 1893: "[…] En El Tormillo piden para la torre, en Castellflorite para el pavimento de la iglesia, en La Masadera para reparar sacristía y ornamentos. En La Cuadrada falta candelabro para altar mayor, capa blanca y encamada, se puede arreglar con la de dos colores, y otras muchas cosas. En El Tormillo ofrezco mil reales para reparar torre y 500 del culto" (El dietari del bisbe Josep Meseguer i Costa i el Museu Diocesà de Lleida, Pagès Editors, Lleida, 2005).

Esos 1.500 reales son toda la aportación económica que el obispo especialista en arte sacro Meseguer daría a los parroquianos de El Tormillo, a quienes apenas un año antes había decidido dejarles sin el pórtico románico de su iglesia antigua. Fue en 1892 que el responsable episcopal le pedía al gobierno municipal de Lleida que le cediera la iglesia de San Martín para restaurarla y recuperarla para el culto, más tarde para convertirla en la sede de esa monumental obra. Las piedras y los sillares del citado pórtico se arrancaron uno por uno y se trasladaron a la ciudad catalana desde la población aragonesa, que no forma parte (ni formó jamás) de lo que hoy se conoce como la Franja de Ponent y que, por razones eclesiásticas diversas, estuvo adscrita a la jurisdicción episcopal leridana a finales del siglo XIX.

Con furia incontenida, el historiador aragonés Manuel Benito escribía en 2005 sobre ese traslado de finales del XIX lo siguiente: “El obispo la apandó sin importarle un comino que el resto del edificio se viniera abajo, el obispado leridano empezaba en la actual raya de Cataluña, lo que quedaba a Ponent eran suministros aragoneses que dotaron de riquezas iglesias y museos catalanes. No todo se lo llevaron por la cara, hubo pueblos que se lo vendieron. También particulares aragoneses se dejaron engatusar por anticuarios que por incultura y cuatro perras se llevaron lo que quisieron” (M. Benito, Sasos y muelas (7), El TormilloDiario del Alto Aragón, 9 de enero de 2005).

Hay que agradecer a Sijena que haya abierto un frente de discusión que, de otra manera, estaría agazapado entre lo políticamente correcto

Esta historia de El Tormillo (Huesca) es una de las tantas que han protagonizado la polémica sobre el arte sacro aragonés emigrado, robado o desviado de quienes eran sus legítimos propietarios, aquellos que pagaron con el sudor de su frente en primicias, décimas y novenos cristianos y musulmanes, su valor. Hay que agradecer a Sijena, a su ayuntamiento, por tanto, y al combativo abogado Jorge Español que hayan abierto un frente de discusión que, de otra manera, estaría agazapado entre lo políticamente correcto.

Casi todos los movimientos de patrimonio sacro tuvieron lugar en un tiempo en el que las provincias eclesiásticas españolas, la división religiosa, no coincidían con las administrativas. Y los obispos, máximos responsables de aquella jurisdicción, campaban a sus anchas. Eran quienes ejercían la administración de parroquias pobres e ignorantes del arte ancestral que atesoraban. El liderazgo que siempre ha ejercido Cataluña en muchas disciplinas era igual de potente en el ámbito artístico y así se conformó una emigración de piezas que ha acabado con las sentencias que, tanto por la vía canónica como por la civil, dan la razón a Aragón (su gobierno, pero también sus ayuntamientos y parroquias) para que se retorne lo que jamás debiera haber abandonado por razones políticas o económicas su original emplazamiento.

Que las monjas sanjuanistas de Sijena vendiesen su patrimonio por un plato de garbanzos no es óbice para que los legítimos propietarios populares de determinadas obras de arte intenten recuperar su pertenencia

Puede decirse que existe un riesgo de que una pintura, un mural o un relieve sucumban a una mala conservación o a unas obras, pero el obispo que hace sacar un pórtico románico, piedra a piedra, es sencillamente un coleccionista de arte que en el siglo XIX aprovechó su facultad de poderoso para atesorar en su entorno inmediato aquello que consideraba valioso y de provecho. Es el caso de esa iglesia de El Tormillo que les narro al inicio de este artículo y que acabó dando lustre a otra parroquia leridana.

Con toda la polémica suscitada por lo acontecido ayer en el Museo Diocesano y Comarcal de Lleida vale la pena situar las cosas en su contexto histórico. Que las monjas sanjuanistas de Sijena vendiesen su patrimonio por un plato de garbanzos no es óbice para que los legítimos propietarios populares de determinadas obras de arte intenten recuperar su pertenencia. Sucedió algo similar con los llamados papeles de Salamanca con el consiguiente cabreo archivístico de los castellanos. El asunto viene de tan antiguo que exhibir el artículo 155 de la Constitución española vigente en Cataluña o las veleidades independentistas es sólo una muestra de la actitud caciquil que ya estuvo presente a finales del siglo XIX y que los teóricos nuevos demócratas del soberanismo son incapaces de ver, aunque sobrevuele por encima de sus narices. Y eso sucede así aunque la mayoría de los que protestan resulten unos perfectos desconocedores de lo que históricamente aconteció y prefieran dejarse conducir y dirigir por las CUP, a la sazón tan ignorantes como egoístas fueron sus ancestros.