La inmediatez y proximidad de las elecciones alienta la pregunta. La voluntad mayoritaria de finiquitar (o minimizar, cuando menos) este contencioso político también alimenta el interrogante. ¿Qué pasará el 21D? Según la demoscopia todo continuará, en rasgos generales, igual. ¿Están escarmentadas las empresas de encuestas electorales con los fracasos de los últimos años y son poco dadas a arriesgar ante los movimientos de opinión que empiezan a detectar? En parte, sí. Y, en consecuencia, el panorama futuro que dibujan para Cataluña después de las autonómicas no difiere groso modo del actual.

Más allá de que el olfato nos diga a algunos que habrá cambios en la foto fija, ningún trabajo científico lo avala. El independentismo lleva movilizado al máximo desde hace ya unos años. Quienes no lo son apenas se dejaban sentir y, hasta hace unas semanas, nadie les golpeó la fibra sensible que les excitara políticamente al mismo nivel que sus adversarios. Ahora, los acontecimientos han virado esa situación. Estamos ante la hipótesis de votar un día laborable y registrar una movilización histórica para acudir a las urnas. Y los abstencionistas históricos quizá salgan de su cueva de confort para plantar cara a quienes han llevado la iniciativa de la segregación catalana de España.

Los abstencionistas históricos quizá salgan de su cueva de confort para plantar cara a quienes han llevado la iniciativa de la segregación catalana de España

Las calles ya no son sólo de los independentistas. Las urnas pueden reflejar también un universo distinto al habitual, sobre todo porque se espera una participación masiva, del orden del 80% del censo electoral, y un corrimiento del voto no independentista que puede fragmentarse menos que antaño y favorecer a Ciudadanos y PSC de manera especial. La ambigüedad de Ada Colau y los suyos no servirá para estos comicios. Quienes la votaron a ella o votaron alineados con el Podemos de Pablo Iglesias para derrocar a Mariano Rajoy saben que lo que se juega Cataluña el 21D es otro asunto en el que no hay espacio para el oportunismo político que han practicado desde sus populistas tesis de radicalidad democrática.

El voto nacionalista moderado que también fue a residir en clave sentimental a Junts pel Sí, o el de castigo por la corrupción que favoreció a los radicales de la CUP, puede mudar de papeleta a favor de opciones de orden, moderación y retorno a la normalidad. ERC, PDeCAT y CUP irán en listas separadas, lo que tampoco es muy rentable la aplicación de la electoral ley d'Hondt. Todos esos elementos, convenientemente agitados en esta campaña electoral que ya hemos iniciado de facto, alteran algo más el mapa político de lo que dicen detectar las encuestas.

¿Y si, a pesar de todo, los independentistas vuelven a ganar y tienen capacidad de formar gobierno? Tranquilidad absoluta, amigos

Llegan los pesimistas: ¿Y si, a pesar de todo, los independentistas vuelven a ganar y tienen capacidad de formar gobierno? Tranquilidad absoluta, amigos. Aunque sea la peor de las opciones posibles, si algo han aprendido en las últimas semanas es que la unilateralidad (la forma eufemística de decir "por mis ovarios/cojones") no tiene cabida en un Estado de derecho moderno. Han fracasado en su tentativa como unos principiantes. Ahora, por más radicalizados que se encuentren, conocen a la perfección las consecuencias de golpear al Estado como lo han hecho estos últimos meses. Su sentimentalismo será llorón, romanticón, menos gallardo que el promovido por las generaciones más jóvenes de nacionalistas. Gobernarán, si es que alguna vez aprenden, y seguirán preparando con dinero de todos su arcadia futura y manteniendo las estructuras nacionalistas clientelares que tan buen resultado les han dado en áreas como la educación, los medios de comunicación y hasta las fuerzas de seguridad. Si se permite usaré un símil elocuente: la independencia de Cataluña es como escalar el Everest; después de cada intento, aunque se fracase, el campo base asciende en la montaña y hace más fácil asumir la cima en la próxima ocasión en que las condiciones meteorológicas permitan reintentar la escalada. Madrid jamás romperá el campo base. A lo peor, y cuando más apurado se sienta, enviará una tormenta para dinamitar la ascensión.

Si ganan, gobernarán con la falsedad del relato y sin políticas de las que necesita la sociedad catalana, como ha sucedido desde que Artur Mas alcanzó el poder en 2010. Si hablan de un nuevo asalto a la independencia, se encontrarán de nuevo con el Estado frente a ellos y el 155 como espada de Damocles. Madrid, sea cual sea el Gobierno que esté al frente de Moncloa, será más sensible al diálogo con la autonomía catalana, pero igual de inflexible que hasta ahora en términos de unidad nacional. España no volverá a creerse que los políticos independentistas iban de farol. En muy poco tiempo, menos de una década, Cataluña habrá pasado del gobierno de los mejores, al gobierno de los suicidas y, si consiguen un resultado favorable, podremos bautizar a los sucesores como el gobierno de los mártires. Madrid intentará resolver el contencioso, pero no a cualquier precio ni pactando la conllevancia orteguiana con cualquier interlocutor.

Según qué resultado deparen las elecciones el 21D, a Cataluña puede tocarle el gordo de Navidad o perder hasta la camisa

En todo caso, hasta que se cuenten las papeletas estamos sólo ante ejercicios de política ficción y aproximaciones analíticas a la realidad tan bienintencionadas como dudosas. De ahí que los factores demoscópicos antes mencionados puedan incidir mucho más de lo habitual en unos comicios regionales. Habrá voto útil, existirá alta movilización, se penalizarán actuaciones políticas recientes y el electorado votará en parte a la búsqueda de un punto y final a la locura y al esperpento político en el que se ha sumido el país. ¿En qué sentido? Lo veremos muy pronto, pero caben las sorpresas.

Esas clases medias, electores de orden y utilizados como manifestantes de destrucción masiva, verán cómo se les aproximan opciones políticas ofreciéndoles convivencia y recuperación económica, mientras otros proclamarán de forma elíptica más radicalidad y sentimientos que planteamientos pragmáticos de avance económico y social. Será ahí, pero también en la movilización del área metropolitana y su antiguo cinturón rojo, en la constatación de todo ciudadano residente en Cataluña de la importancia de lo que dirime Cataluña y España ante esta convocatoria, donde se fraguará qué narices pasará a partir del 22 de diciembre. La proximidad con el sorteo de fiestas de la Lotería Nacional es una mera anécdota. Sin embargo, según qué resultado deparen las elecciones el 21D, a Cataluña puede tocarle el gordo de Navidad o perder hasta la camisa. Y créanme que no es sólo una metáfora.