Por más que nos acostumbremos a escuchar astracanadas de diferente signo, siempre poseemos un mínimo espacio para el asombro. Así ocurre con las intervenciones del portavoz parlamentario de Esquerra Republicana en el Congreso de los Diputados. Todos sabíamos que nos daría grandes tardes de gloria periodística, pero la capacidad de sorpresa no deja de dispararse a medida que el diputado Gabriel Rufián se crece en su estulticia.
Una de las últimas memeces públicas se la dedica a Crónica Global a la que en el transcurso de una mesa redonda organizada por la revista Mongolia considera una especie de agente neofascista de la Cataluña actual. Majaderías como la del diputado son habituales entre los hooligans del radicalismo independentista y no merecen ni tan siquiera respuesta o reacción. Las redes sociales son un pasto inmejorable para que toneladas de imbecilidad circulen de forma habitual. Nuestro trabajo comporta riesgos, y ese es uno de ellos, del que somos plenamente conscientes y sabedores. Sucede diferente cuando su autor es un parlamentario, representante de la soberanía popular. La libre expresión que ampara a Rufián no es ninguna coartada para que profiera insultos y descalificaciones, que podrían ser hasta legalmente reprobables.
No perderemos ni un minuto en llevarle a los tribunales. En otros países, el uso de determinadas expresiones se aplica con mucha más prudencia, virtud de la que el parlamentario republicano carece, como ha demostrado en su corta carrera política. Sin embargo, sí que merece la pena ofrecerle un par de recomendaciones:
En los últimos tiempos el término fascismo se emplea con excesiva facilidad en boca de jóvenes políticos que por edad (unos) y por ignorancia (otros) desconocen el desastre que provocó en una Europa que ha luchado por superar y perdonar durante décadas. Lo explicaba con precisión José Antonio Sorolla en su artículo de este domingo referido a la polémica exposición del Born. Es más, en determinados ámbitos de los que Rufián es representante, se refieren con cansina repetición a su condición de demócratas para distanciarse de cualquier disidencia con su formulación política mágica. Dime de qué presumes y te diré de qué careces, podría aplicárseles. Sobre todo, porque siempre olvidan incluir el apellido de lo que practican: democracia orgánica. Y, sí, ahora que se habla tanto del dictador, eso ya lo inventó Franco.
Confundir una línea editorial que es crítica con determinados postulados políticos con el neofascismo sólo demuestra una cosa: el republicano Rufián practica un modelo de democracia infantil, confuso y próximo a la anulación del discrepante. Vamos, conceptualmente cercano a la referencia que nos dedica. Pensar que sus acusaciones obedecen a cualquier motivación seria nos llevaría a la conclusión de que actúa como un ignorante, malicioso, radical, mentecato y simple. Para nada, es mucho más sencillo. Cuando Rufián habla de Crónica Global y la descalifica por ejercer un periodismo independiente y defender valores democráticos y constitucionales hace buena la cita de Confucio: “Cuando alguien pone el dedo en la llaga, sólo los necios piensan que lo importante es el dedo”. Es su caso.