En los dos o tres últimos años muchas empresas con base social (sede y fiscalidad, para entendernos) en Barcelona han trasladado a Madrid su cuartel general. El fenómeno no es todavía alarmante, pero sí indiciario de una tendencia que pone de manifiesto algo inexistente hasta la fecha: la capital catalana y su área de influencia han dejado de ser indiscutibles entre el mundo empresarial como el lugar más idóneo del sur de Europa para los negocios.

Las razones de estos traslados son diversas. Lo que sucede no tiene una sola explicación, sino varias. El poder político catalán actual minimiza el trasiego de sedes con estadísticas que les favorecen como los saldos netos de inversión extranjera en Cataluña o los movimientos interterritoriales de sociedades que se producen en España. Es cierto que la Generalitat y los políticos impulsores del proceso soberanista no son los únicos responsables de lo que acontece, pero sí tienen una porción elevada de culpa en todo el embrollo.

La capital catalana y su área de influencia han dejado de ser indiscutibles entre el mundo empresarial como el lugar más idóneo del sur de Europa para los negocios

El empresariado adopta siempre sus decisiones de inversión, o de radicación, en virtud de múltiples variables. Barcelona era hasta la fecha una localización magnífica por su clima, sus recursos humanos bien preparados, sus bajos salarios comparativos con la Unión Europea, una fiscalidad correcta, una conexión marítima de primer nivel y un buen acceso terrestre a los vecinos del sur europeo. A todo ello se añadía la capacidad de generar ciertas sinergias (clusters les llaman ahora) con otras empresas, un tejido industrial propio en algunos sectores (miren la industria de la farmacia, por ejemplo) y un entorno geográfico y cultural de primer nivel para los directivos que aterrizaban aquí.

¿Qué ha pasado para que algunas empresas decidan envolver sus bártulos y cruzar el Ebro? Los mismos empresarios que daban valor a todas las condiciones enumeradas antes son quienes se encogen de hombros cuando vislumbran dificultades a su alrededor. El proceso soberanista y la hipótesis de un desenlace con enfrentamiento entre Cataluña y el resto de España es para algunos mercados un riesgo inaceptable. Es una razón, ni la mayor ni la más intensa, pero que pondera. Igual que la fiscalidad, ámbito en el que Cataluña ha perdido cualquier atractivo por su alta presión tributaria, que afecta de manera especial a los directivos de cualquier compañía.

Es posible que Barcelona pierda más empresas por el miedo a Ada Colau que a la independencia

Si la política y los impuestos son importantes, la cuestión local no es menor. Los ayuntamientos, con sus normativas, ordenanzas y políticas de fomento económico, tampoco son ajenos al fenómeno. Es posible que Barcelona pierda más empresas por el miedo a Ada Colau que a la independencia. Los empresarios ven más eficaz, rápido y peligroso al equipo de gobierno de Barcelona en Comú que a los independentistas del otro lado de la plaza Sant Jaume. De hecho, unos viven una quimera que quién sabe si prosperará, mientras los otros ya han aplicado moratorias a las empresas turísticas, quieren remunicipalizar el agua, los cementerios y, si les dejan, hasta el aire que respiramos. Ser la empresa que proporciona el servicio eléctrico a la ciudad y encontrarse con la postura frontal del Ayuntamiento de Barcelona al contrato tiene que dar vértigo al primer ejecutivo de cualquier compañía.

El resultado final es un escenario entre el Gobierno autonómico y el local de una cierta inestabilidad subyacente o de una inseguridad jurídica y empresarial poco propicia para mantener inversiones en la capital catalana. No es Artur Mas, Carles Puigdemont, Ada Colau o Gerardo Pisarello, de forma individual, quienes ponen en peligro que la Ciudad Condal mantenga su histórica presencia y liderazgo empresarial. Pero juntos, como una especie de comando de asalto, suponen un riesgo y una amenaza para el mismo Estado del bienestar que dicen defender y para la justicia social que, supuestamente, pretenden. Su inconsciencia, su arrojo irreflexivo, es lo que da lugar al movimiento empresarial. Unos y otros no sabemos si pasarán a la historia, pero lo que no podemos dudar es que nos infringirán un terrible daño como ciudadanos. Y lo peor es que lo harán vendiéndonos justamente lo contrario. Una barbaridad, en definitiva.