Una estrategia muy bien concebida, con gran cinismo y con la idea de que sean los otros los que se desmarquen y queden en la picota. Esa ha sido la línea que ha seguido ERC en los dos últimos años: esconderse, sin explicar de forma diáfana qué es lo que se quiere. ¿Lo ha sabido alguna vez? Nos llega de repente aquel verso de Leonard Cohen en Famous Blue Raincoat: ‘That night that you planned to go clear; Did you ever go clear?’

Digamos que el objetivo se estableció: gobernar, buscar la centralidad, dejar claro al PSC que es el principal adversario político, y procurar que Junts per Catalunya –la Convergència reconvertida— pase a la oposición por voluntad propia. Y que la CUP también se dé cuenta, por sí sola, de que le interesa más ejercer de eterno adolescente cabreado, sin asumir ninguna responsabilidad. Aunque parece que ya lo asumen y se enorgullecen de ello.

¿Y la independencia? El proyecto que suma “el 52%” del Parlament es pura retórica. Ninguno de los dirigentes de los partidos independentistas será capaz de volver a las andadas. Las lecciones se han interiorizado. Ni hubo ni hay fuerza suficiente para doblegar a un estado. Y en ningún territorio con 30.000 euros per cápita se ha producido una revolución que ponga en juego lo conseguido. Todos lo saben, pero, de vez en cuando, se apela a esa mayoría independentista. Teatro y engaño a los ciudadanos que quisieron y quieren –cada vez con menos entusiasmo—creérselo.

El fracaso ha llegado ahora, no tanto por los resultados a corto plazo, como por la incapacidad de transmitir un mensaje nítido, de cara al conjunto de la sociedad catalana. Si ERC ha apostado por un acuerdo a su izquierda, con los Comuns, si de verdad piensa que lo importante y necesario es aprovechar toda la potencialidad que ofrece la Generalitat –el estado autonómico, por tanto—que lo diga, lo asuma y obre en consecuencia.

Pere Aragonès, después de anunciar el acuerdo con los Comuns para sacar adelante los presupuestos de la Generalitat, aseguró que no se ha puesto nada en peligro, que la mayoría independentista se mantiene y que tratará de recuperar el apoyo de la CUP, que le permitió, --y fue vital—la investidura. ¡Pero claro que han cambiado cosas! Si los presupuestos no se aprueban con los socios que permitieron esa investidura, si se escoge unos apoyos que no los quiere para nada el principal socio –Junts per Catalunya—, entonces surge un problema importante.

La primera en dejar claro que las reglas del juego han cambiado fue Elsa Artadi. ¿Por qué? Es la portavoz de la ejecutiva de JxCat, pero es concejal del Ayuntamiento de Barcelona y alcaldable –por ahora— en la capital catalana. Si Artadi se desgañita en contra de las políticas municipales de la alcaldesa Ada Colau, está claro que no le gustará nada que el socio en la Generalitat, ERC, dé sus votos a los Comuns para sacar adelante los presupuestos municipales.

Los intereses son distintos. Los dos socios han despertado –lentamente—de la película marcada por el proceso independentista. Y defienden líneas ideológicas propias. Junts per Catalunya, en Barcelona y en el Parlament, defiende la ampliación del aeropuerto de Barcelona, las inversiones en Tarragona para el proyecto del Hard Rock junto a Port Aventura, o los Juegos Olímpicos de invierno para la capital catalana, en colaboración con el gobierno de Aragón. ERC tiene muchas prevenciones frente a todo ello, porque teme perder apoyos electorales en dirección a los Comuns o la CUP. Y, de fondo, está la política fiscal, calificada de lesiva por muchos dirigentes de JxCat.

¡Claro que la aprobación de los presupuestos en el Parlament marca una nueva etapa! Y será bueno para las propias fuerzas políticas y para el conjunto de la sociedad catalana que se sepa y se diga en voz alta cuanto antes. Con el PSC esperando su oportunidad, con dos socios –Junts y ERC— que se pelean por todo; con la CUP como un referente que nunca lo debía haber sido –la ceguera ha sido total, de ERC, y, principalmente, en su momento, de Artur Mas--, ha llegado el momento de superar la enorme frivolidad que se ha vivido en Cataluña en los últimos diez años.

El enorme problema es que nadie dice lo que es, o lo que quiere ser. Ni lo que defiende en privado. Y Esquerra, a pesar de que se vanagloria por su larga historia, sigue igual: ¿a qué electorado desea atraer, con qué proyecto político –y no vale la independencia, eso es un cuento señor Junqueras—quiere mejorar a los habitantes de este territorio y cómo y con qué socios lo piensa hacer? Ha llegado el momento, a cara descubierta y sin cinismos interesados.