Un antiguo proverbio inglés recuerda que cuando apuntamos a alguien con un dedo, otros tres dedos de nuestra mano nos señalan directamente a nosotros. Es la metáfora perfecta para describir lo que le viene sucediendo al nacionalismo de Cataluña durante años. Apunta al exterior sin capacidad autocrítica con sus propios movimientos estratégicos.

Así, mientras el soberanismo apuntaba durante los últimos años a Madrid como el Satanás español, un buen número de catalanes tomaban posiciones de primer nivel en el poder económico del Estado. Lo hacían en grandes empresas, como Repsol, con Antoni Brufau al frente, o controlando dos de los cuatro principales bancos del país, pero también tenían un papel más que significativo en instituciones de índole económica que marcaban el funcionamiento productivo de todo el país.

Años le costó a Juan Rosell convertirse en el líder de los empresarios de toda España. Tuvo que vencer el verticalismo de José María Cuevas y el corruptelismo (permítase el concepto) de Gerardo Díaz Ferrán y Arturo Fernández. Durante dos mandatos, el barcelonés ha presidido la CEOE, la entidad empresarial que cimentó otro paisano, el malogrado Carlos Ferrer Salat, y durante su gobierno se ha logrado que la institución iniciara la senda de las buenas prácticas empresariales e introdujese unos criterios mínimos de transparencia que alejasen la confederación del concepto de cortijo que impregnaba la gestión de los señoritos que la gobernaron en el pasado.

Poco después, o a la par en términos de influencia, Isidro Fainé tomó el control de la Confederación Española de Cajas de Ahorros (CECA). La institución ha perdido proyección porque sus asociados han ido pereciendo en consecutivas operaciones de concentración, pero lo cierto es que esa agrupación estaba liderada por el directivo catalán, que ejercía de interlocutor de todo el sector ante la administración. Fainé no sólo es el hombre de las finanzas para toda España, también maneja la Asociación Española de Directivos (AED), de la que es presidente honorífico, y la Confederación Española de Directivos y Ejecutivos (CEDE). Es, pues, el referente del management.

 

Que la visión empresarial siga presente en las cámaras de comercio y patronales y que no sucumban al independentismo sería una grandísima noticia para el colectivo

 

Siguiendo esa estela de pioneros empresariales en Madrid hay que añadir a Josep Lluís Bonet, el presidente de Freixenet y de la Cámara de Comercio de España, sucesora del Consejo Superior de Cámaras de Comercio. Se trata de otro catalán, vinculado a la industria agroalimentaria, que ocupa la máxima representación de una institución de carácter nacional en el mundo de la empresa. Su papel de transformación de la entidad empieza a dar frutos y pronto podrá lucirse como el de otras cámaras de comercio internacionales de nuestros socios occidentales.

Todos ellos, y algún otro de sectores algo más pequeños, son la muestra de que durante muchos años la actividad económica, especialmente la empresarial, guardaba una estrecha relación con el territorio de la comunidad autónoma catalana. Para que esos nombres tuvieran un papel relevante en Madrid era necesario que fueran profetas en su tierra. Y ahí es donde las instituciones patronales, las asociaciones empresariales de Cataluña, marcaban la distancia y los criterios de modernidad y excelencia que después podían exportarse al resto del territorio español.

De ahí la importancia que tienen las elecciones que este año tendrán lugar en las cámaras de comercio de Cataluña, en sus dos patronales de referencia (Foment del Treball y Pimec) e, incluso, en otros gremios y entidades relacionados. Que la visión empresarial siga presente en esos organismos y que no sucumban al independentismo que impregna casi la mitad de la sociedad catalana, con esa necesidad de capilarizar todo tipo de asociaciones y entidades, sería una grandísima noticia para el colectivo.

De momento, los movimientos que se han producido son muy incipientes y apenas relevantes (por ejemplo, la candidatura independentista del maquinador Ramon Masiá a la Cámara de Comercio de Barcelona), pero conviene que se neutralicen en su propio origen.

 

Lo que suceda durante este año será determinante para que Cataluña siga teniendo la presencia empresarial en Madrid que jamás ha conseguido en la política

 

También en Pimec se escuchan ruidos de sables soberanistas, encabezados por Miquel Camps, un convergente clásico que intenta postularse de manera interna para gobernar con criterios políticos la institución que hoy preside Josep González. Que Pimec sea el germen de la Plataforma contra la Morosidad (su labor es encomiable en España) guarda relación con que haya sabido navegar sin sucumbir a la tormenta nacionalista. El día que lo haga quizá obtenga algún euro más de subvención pública de la Generalitat, pero su dimensión social perderá legitimidad entre los empresarios asociados.

En Foment, de momento, se desconocen que las figuras aspirantes a relevar a Joaquim Gay de Montellà mantengan proximidad con el independentismo. Antoni Abad es uno de los postulantes al cargo, pero el líder de la asociación Cecot, de Terrassa, está a punto de ser centrifugado de la organización por su propensión a pagar los favores económicos que el nacionalismo siempre ha tenido con su chiringuito vallesano y las fundaciones que de Cecot dependen. Ni un párrafo merece tampoco el camaleónico Ramon Adell, porque pese a su interés por el cargo reúne cero posibilidades reales de ser encumbrado.

Lo que suceda durante este año en todas esas instituciones será determinante para ver cómo se escora el empresariado del país o si se mantiene incólume frente a la presión soberanista. Y, a la sazón, para que Cataluña siga teniendo la presencia empresarial en Madrid que jamás ha conseguido en la política. Lo que Jordi Pujol se negó a pactar con la derecha española, sí que se pactó en el ámbito de los negocios y, con independencia de los políticos, se ha ejercido con una más que aceptable diligencia. Algo que las espardenyes y la barretina difícilmente lograrán.