Están los catalanes independentistas que trinan con la decisión del Banco Sabadell de trasladar su sede social fuera de Cataluña. Lo entienden, en su simpleza argumental, como una decisión política para darles en los morros de su pesadísima apuesta emocional. Una vez más se equivocan. El banco que preside Oliu, como hará dentro de poco Caixabank, no sale de territorio catalán por razones ideológicas. Se va, estimados catalanes independentistas, para evitar un hundimiento de su negocio.

La irresponsabilidad con la que se ha conducido el llamado proceso soberanista catalán ha sido manifiesta desde que Artur Mas se echara al monte hace unos siete años. Siempre decían que no había que preocuparse, que no era cierto que las empresas, pymes en su mayoría, estuvieran trasladando de forma masiva su sede social de Barcelona a Madrid. Que todo era pura ingeniería tributaria, que Amazon (siempre era la misma compañía la referencia) invertía en Cataluña y que no había razón para temer ninguna fuga económica determinante.

Pues se han equivocado de nuevo. El fenómeno existió y se sigue produciendo. Este medio ha informado claramente de él y, pese a las críticas recibidas, estamos satisfechos de haber puesto a los catalanes críticos en la pista de una tendencia que costará mucho dinero, empleo y prestigio a la economía catalana.

Mucho les ha costado a los banqueros de Cataluña consolidar un sector propio después de la múltiples crisis que ha vivido a lo largo de la historia y que ha tenido en el hundimiento reciente de las cajas de ahorros y antes de Banca Catalana sus principales episodios.

La banca no tiene ideología, es un negocio. Y el independentismo, una fuga de talento e intereses hartos de tanta estulticia aplicada a la política

Josep Oliu, el Banco de Sabadell, sólo se marcha por razones económicas. Porque el 15% del negocio lo tiene en territorio catalán y el resto en sus oficinas de fuera de España. Tanto el banco nacido en la comarca del Vallès como el gigante de Caixabank no seguirán con su sede social en Cataluña si existe una mínima amenaza a su seguridad jurídica (corralito o indefinición legal), pero tampoco tendrán ningún empacho en mostrarse bancos del todo españoles, puesto que una cosa es el origen fundacional y otra el negocio presente y futuro.

Cuando las oficinas de uno y otro han empezado a recibir peticiones de cancelación de cuentas, de traslado de saldos a otras entidades, de la creación de cuentas-espejo, en definitiva, a ver que su origen pesaba como una losa sobre su negocio, han actuado con celeridad. La sangría, podemos explicar sin equivocarnos, era manifiesta. Por eso, y no por ideología o más o menos separatismo, se largan.

Ambos grupos financieros estaban preparados. El primero, el banco de los ricos catalanes, ya tiene sede fiscal en Alicante donde cuenta con el backup informático fruto de la adquisición de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM). La ciudad mediterránea disgusta menos como destino a los catalanes fanatizados que un traslado de la sede social a Madrid, además de ser una zona en la que abunda la actividad comercial histórica del grupo dirigido por Josep Oliu y Jaume Guardiola. Algo similar hará Caixabank, que puede elegir entre Madrid, Sevilla, Navarra o Baleares en muy corto espacio de tiempo. Lo único que deberá explicar la entidad pilotada por Isidro Fainé, Jordi Gual y Gonzalo Gortázar es cuál es el momento óptimo para inscribir su traslado en el registro mercantil de destino. Lo demás está todo dicho: la banca no tiene ideología, es un negocio. Y el independentismo, una fuga de talento e intereses hartos de tanta estulticia aplicada a la política.