"Llevo trabajando 11 años aquí y alguno parece que me quiera hacer sentir extranjera en mi tierra". La frase, si ella me lo permite, se la tomaré prestada a Elena, enfermera especialista del servicio de Oncología Pediátrica del Vall d'Hebron Barcelona Hospital Campus. La sanitaria es una de las 9.000 profesionales que levantan cada día el mayor hospital de Cataluña y una referencia en todo el país. 

Elena trabaja en una área excelente, no solo por su desempeño asistencial sino por iniciativas rompedoras que acompañan a los pequeños por el duro tránsito que supone un tratamiento oncológico. No obstante, ella y otros compañeros han aterrizado involuntariamente en el debate político sobre la supuesta necesidad de alfabetización lingüística en catalán para ejercer en la sanidad catalana. 

Los señalados, estoicos, driblan las cuitas ideológicas y recuerdan que atienden "hasta niños de Ucrania que no hablan ni catalán ni castellano, ni siquiera inglés". Y lo hacen desde el sistema público y al máximo nivel, y esta no es apreciación personal sino el criterio del Monitor de Reputación Sanitaria (MRS), que año tras año corona Vall d'Hebron y el Hospital Clínic Barcelona entre las mejores ciudades asistenciales de España. 

El debate lingüístico es inexistente en Vall d'Hebron y, por extensión, en la sanidad catalana. Si se toma la parte social como indicador sobre qué prioridades quieren los trabajadores que negocien sus representantes, UGT y CCOO son mayoritarios en el Instituto Catalán de Salud (ICS). Las centrales nacionalistas son anecdóticas, por más que algún exconsejero trate de impulsarlas para descabalgar a las tradicionales. El debate identitario no existe en la sanidad catalana. Hay muchos otros, claro está. Pero la lengua y la identidad no forman parte de ellos. 

Elena, y muchos otros sanitarios, hacen hincapié en que Cataluña presenta una déficit de enfermeras, una falta de profesionales que Satse --con más del doble de representantes que la Intersindical en el ICS, por cierto- lleva años diciendo que es "crónico y estructural". Una carencia que altos cargos de la profesión enfermera ya denunciaron en 2006. Sin que nadie les prestara la atención que merecen, parece ser. 

La enfermería se ha batido el cobre durante la pandemia del coronavirus, epidemia que ha entrado en su sexta ola. En el transcurso se esa batalla sin cuartel, hubo escenas dantescas, como la cobertura de turnos con bolsas de basura por falta de equipos de protección individual (EPI). Cuando llegó la recompensa del Departamento catalán de Salud, la paga extra estaba escalada por categoría laboral, lo que no sentó nada bien. 

Por todo ello, parece un poco temerario encajar el debate lingüístico y/o identitario en un sector profesional que ni lo demanda, que está ocupado y preocupado por otros menesteres --la atención mientras se dirime la letalidad de la variante ómicron, por ejemplo-- y que ha resuelto la movilidad laboral de forma natural. "En Cataluña hacen falta enfermeras y a los sanitarios andaluces les hace falta antigüedad", resume Elena. 

Escuchen a Elena, y quizá, solo en este campo, saldremos algo mejor de la pandemia.