Lo que les explico no es una opinión propia, sino el relato que en las últimas horas me traslada una persona de amplísimo espectro político vinculada al corazón de CDC. El 27 de septiembre del año pasado, el procés murió en las urnas. El resultado real obtenido por la candidatura conjunta de Junts pel Sí finiquitó la posibilidad del nacionalismo catalán de avanzar ahora en un proyecto cuya meta final era la independencia de Cataluña del resto de España.

La falta de mayoría suficiente en el Parlament, prosigue mi interlocutor, pone de manifiesto otra de las razones del fallecimiento de la iniciativa política liderada por Artur Mas: “No hay suficiente calidad humana”. ¿Perdón?, respondo sorprendido. Sí, ni en el seno de CDC (habla de Turull, Sánchez, Gordó…), ni en el del Govern sin Mas y, por supuesto, ni en los compañeros de viaje de la CUP.

Lo que me transmite es justo lo que le respondió a Mas cuando un viernes de diciembre, antes de investir a Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat, el líder de CDC le telefoneó para recabar su opinión. Le llamó a él, crítico con la continuidad del proceso en aquellas circunstancias, y comunicó con otros muchos colaboradores, personas próximas y señaladas del arco político nacionalista.

Entonces, se pregunta el periodista, sí el proceso ha muerto, qué narices están haciendo los Oriol Junqueras, Carles Puigdemont y compañía con sus declaraciones grandilocuentes, sus estructuras de Estado, sus ánimos a la tropa… Esperan, me dice; esperan a que en España se resuelva la situación política para pactar algo. En ninguno de los cálculos de los nacionalistas catalanes de Junts pel Sí figuraba la variable que ha entrado en escena: España sin gobierno durante medio año y con un escenario aún más alambicado que el catalán. CDC y sus aliados están ganando tiempo.

El interlocutor señala que con el procés muerto, el pequeño Madrid es también consciente de que algo debe cambiar en las relaciones del Gobierno central con el catalán. Mantener el status quo puede abundar en la protesta regional en forma de más independentismo, que a nadie favorece.

Y qué pasa con CDC, el partido nuclear durante años de la gobernabilidad catalana y española. No tiene sentido ya, explica, es mejor cerrarlo. El contexto (el aparato quiere decir) no lo permitirá, pero los partidos son útiles en algunas circunstancias y las actuales no son las más idóneas para la vieja Convergència por más tratamientos de rejuvenecimiento a que se someta. La conversación acaba dibujando un nuevo partido de centro, moderno, sin la sombra de la corrupción y, como si fuera un sainete, con “más calidad humana”. Toda una declaración de principios de una persona instalada en el nacionalismo desde hace años y que ha ejercido no pocas responsabilidades en el país. Touché.