Con analizar los gestos ha sido suficiente: el líder de Podemos, Pablo Iglesias, anda huraño, habla enfadoso y aparece enojado con el mundo que le rodea. Llegó a sentirse vicepresidente virtual y ahora el río de los acontecimientos lo arrincona en una esquina del interés político español.

El acuerdo de investidura que han firmado Pedro Sánchez (PSOE) y Albert Rivera (C’s) es un duro golpe tanto para el Partido Popular de Mariano Rajoy como para el grupo parlamentario paraguas de Iglesias bajo la nomenclatura de Podemos. La posibilidad de añadir a su grupo a un pacto global reformista se antoja improbable a tenor de la falta de realismo del discurso político que mantiene. 

La práctica municipal --y el ejemplo de Ada Colau en Barcelona o de Manuela Carmena en Madrid son testigos-- hace muy difícil que el conjunto del país confíe en la capacidad de Podemos para gobernar un país tan poliédrico y transversal como el español. Sobre todo si se pretende hacerlo con un mínimo de solvencia gestora.

Rajoy tiene la llave de unas nuevas elecciones. Puede convocarlas y perderlas o abstenerse y propiciar un pacto sociociudadano

Por si esas dudas fueran pocas, Iglesias empieza a mostrarse como un líder demasiado mesiánico, falto de humildad política y ansioso con los aspectos más formales en los que descansa el ejercicio del poder. Justo lo que critica y vilipendia cuando lo practican sus oponentes. 

Que haya o no elecciones en junio dependerá sólo de Mariano Rajoy. En concreto de la presión que sea capaz de soportar dentro de su partido y en sus satélites del poder económico y fáctico que podrían dar pábulo a un ejecutivo sociociudadano de limitada duración para afrontar las principales reformas pactadas entre ambas formaciones políticas. Con la corrupción amenazando los posibles resultados electorales futuros del PP, el presidente en funciones podría verse forzado a buscar una retirada discreta y propiciar un voto de abstención en la investidura de Sánchez.

De suceder eso, la principal víctima política sería Rajoy, indudablemente, pero teniendo en cuenta su edad y experiencia se trataría apenas de una jubilación anticipada. Peor lo tiene la segunda víctima, el emergente Iglesias. Sobre él recaería el sambenito de la marginalidad, el irrealismo mesiánico de la política y, según como, hasta la ira de las alianzas posibilistas de Podemos en Cataluña, Galicia o Valencia, por ejemplo. Su desnudo político podría considerarse, de suceder así las cosas, casi integral.