Mariano Rajoy da pena. Ha llegado el momento que parece será definitivo de su carrera política. Lo hemos visto en otros presidentes democráticos y es normal, habitual, hasta lógico. Salieron Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero… y para los que tienen más edad Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo. La singularidad del líder del PP es que saldrá peor que sus antecesores.

Rajoy ha perdido la posibilidad de volver a presidir un gobierno. Podrá hacer otras cosas en política, pero el momento señala que su figura ya se ha desacreditado como dirigente válido para abanderar un país. Sin perder unas elecciones, eso sí: sólo no ganándolas. La diferencia estriba en que cuando marchó González, pese a cómo se desgañitaban algunos adversarios con aquello del “paro, despilfarro y corrupción”, entre sus votantes era un hombre considerado, con predicamento. 

La salida de Aznar fue similar. Hubo muchos españoles que en 2004 se felicitaron por la marcha de aquel presidente de porte totalitario, belicista y arrogante, pero muchos otros siguieron, y hasta siguen (vean la noticia de la FAES de hoy) adorando su busto político.

El presidente no es una referencia del pensamiento conservador. Su perfil responde más al gestor mediocre y silente, un registrador, vamos

Rajoy no ha conseguido conectar ni con propios ni con extraños. Con independencia de si ha sido un buen o mal presidente, su partido hoy le dejaría caer sin ruido alguno para promocionar a cualquiera de esa generación de nuevos dirigentes que pululan por la calle Génova. Por edad y porque están vírgenes de gobierno la mayoría, lo que les mantiene alejados de la corrupción. También le dejarían caer porque Rajoy no es una referencia de pensamiento conservador en España, más bien ha acabado de dibujarse un perfil de mediocre gestor, silente, y únicamente ducho en la práctica del quietismo. Un registrador, vamos.

Pedro Sánchez fracasará en su primera investidura reformista de esta semana y queda por ver cómo se prepara la segunda, que puede llegar a ser hasta dos meses más tarde. Para la primera comparecencia de investidura en el Parlamento no hay duda alguna de que será engullido por los leones del Congreso. En cambio, nadie se atreve a decir qué sucederá en la segunda ronda. Para entonces, Rajoy puede haber tomado una decisión personal; su partido podría haber decidido un giro estratégico para refundarse desde la proximidad del poder durante dos años y pedirle una prejubilación; Pablo Iglesias, incluso, habría tenido tiempo de descabalgar su moto plateada…

Nadie cuenta con Rajoy para el futuro. Por supuesto, quienes lo rechazan lo tienen claro. Lo curioso es que quienes le votaban y le acompañaban con siglas e ideología común presenten ya tantas dudas sobre si les conviene. Alea jacta est.