Dime de qué presumes y te diré de qué careces: Artur Mas i Gavarró, presidente en funciones del Govern de la Generalitat, lleva meses diciendo que a él los bancos no lo ponen firme. ¿Quién se han creído que son? ¿Creerá Fainé que puede torearme, a mí, el hombre que se cargó a Josep Vilarasau?

Mas tiene un complejo de inferioridad con los banqueros catalanes. Josep Oliu, presidente del Sabadell, lo desprecia profundamente. Le parece un tonto ilustrado, epíteto que se aplica a aquellos que teniendo conocimientos acreditados gozan de escasa inteligencia emocional. Isidro Fainé se lo mira con distancia. Le fue útil en un momento, pero le quiere complicar la vida en la recta final de su carrera profesional.

Mientras negocia con la CUP insiste en castigar a la banca, a sus accionistas y trabajadores

Mas, por su parte, tiene una necesidad vital de demostrar su valía ante los hombres y mujeres que rigen el sistema financiero, uno de los principales poderes de cualquier país capitalista que se precie. Esa ansia de enseñar sus atributos de gobierno le han llevado a mostrarse especialmente duro en todas las manifestaciones sobre la banca que ha realizado en los últimos tiempos. Él, un liberal de tomo y lomo, prefiere pasar por antisistema que plegarse a la opinión de unos banqueros a los que examina con tanta envidia como displicencia.

El comunicado conjunto de la banca previo a las elecciones del 27S en el que alertaba sobre los riesgos de una Cataluña independiente le supo a cuerno quemado. Su respuesta fue más visceral que argumentada, como viene siendo costumbre en los últimos tiempos. Sólo le faltó llamarles capitalistas de poca monta, porque el resto se lo dijo con ese vocabulario de quiero y no puedo que acostumbra a utilizar.

Hoy, mientras negocia con la CUP, insiste en el mismo castigo. Entre las ofertas que lanza a los radicales independentistas para que le invistan presidente hay tres que afectan, y de qué manera, a los intereses bancarios: el impuesto sobre sus actividades, la dación en pago de los inmuebles impagados y la creación de una nueva autoridad regulatoria en forma de banco central catalán.

Es una forma de decir, tan categórica como arriesgada, “aquí mando yo”. Pues sí, de momento, y mientras no se decida la contrario, los catalanes tenemos la desgracia de estar mandados por un rencoroso. Lo es hacia la banca, pero también ante todos aquellos que le han dicho en las urnas que no están a favor de sus tesis independentistas mientras él sigue empecinado en gobernar al precio que sea.

Y si para ello tiene que poner en riesgo un sector tan delicado como el financiero, con tantos puestos de trabajo acumulados y accionistas que cobran pensión, no pasa nada. Todo sea por seguir apareciendo como un torero catalán en un país que prohibió las corridas.