Todos los asuntos de corrupción que se dilucidan en Cataluña tienen un nexo común: han habido corruptos, pero también corruptores.

De los primeros empezamos a saber algo, de los segundos resulta más difícil. Ni a unos ni a otros les interesa que se conozca lo acontecido.

Ayer, el dueño de la constructora Copisa, el empresario Josep Cornadó, admitió ante la Audiencia Nacional que hacía pagos al hijo mayor de Jordi Pujol por su participación en contratos de obras con la administración autonómica. Lanzó los detalles un escalón hacia abajo, al primer ejecutivo de la compañía de la que es propietario. Los amos, vino a insinuar, no se enteran mucho de lo que hacen sus directivos.

La declaración de este constructor es apenas una gota en un océano. Pero cabe la posibilidad de que la fiscalía se anime a pactar especiales condiciones de inmunidad con algunos de los corruptores que participaron en mafias como la del 3% para que se atrevan a poner al descubierto el conjunto de la trama.

En unas semanas tendremos más noticias de empresarios catalanes relacionados con prácticas de corrupción pública. Pueden correr las esposas policiales por algunos despachos. Habrá sorpresas, créanme.

A la que uno o varios de esos empresarios decida cantar se liará parda. Es la única esperanza que tiene la justicia para aflorar un submundo que ha estado moviéndose en Cataluña durante años. Si los corruptores dan la cara a cambio de algún pequeño beneficio judicial es posible que sepamos con más detalle cómo funcionó durante años el sistema ilegal de financiación de partidos políticos y el enriquecimiento de algunos de sus próximos. Sí, ya lo sé, aunque canten algunos jamás lo harán esos que hace unas semanas ovacionaron a Artur Mas en el Liceu. Hay melomanías incurables…