Cada día me gusta más Pedro Sánchez. Acabará siendo un político majete si los barones regionales y la marquesa andaluza se lo permiten. Le ha puesto unos arrestos a su intento fallido de investidura y luego, para que a nadie le quepa duda, también se ha situado al frente del liderazgo inexistente de la política española.

En ese contexto viajó a Barcelona para entrevistarse con el presidente exprés de la Generalitat, Carles Puigdemont. Desconozco si además de lo que explicaron a la opinión pública en algún momento Sánchez interrogó a Puigdemont sobre qué se siente cuando a alguien le convierten en presidente en 48 horas. O cómo habían ido las negociaciones de última hora que impidieron convocar unas elecciones autonómicas tras los bailes de salón de Artur Mas y la CUP. A saber si hablaron de eso, porque ni nos lo dijeron ni tampoco aclararía mucho el panorama.

Puestos en esa tesitura de cosa hispánica, Sánchez estuvo bien: la Consti por delante. Hablar, sí; de todo, también; pero dentro del campo de juego. Salirse de las líneas marcadas legal y democráticamente es otra cosa, no es política y a eso ni el PSOE ni nadie con dos dedos de frente quiere jugar. Otro detalle: el líder del PSOE habló con claridad de relaciones entre “el gobierno de la Generalitat” y las “instituciones del Estado”, que ya basta de referirse a Cataluña y España, un lenguaje que el nacionalismo ha sabido extender como certidumbre y contaminar por doquier.

Habrá un día sin Mariano Rajoy en que los nacionalistas echen de menos su existencia. Gracias al inmovilismo político recíproco y a la férrea cintura del gallego, el tema de marras catalán ganó enteros y se retroalimentó durante una legislatura como si el nacionalismo anterior no hubiera sido suficiente como para evitar su proliferación. Hay votantes del PP que se duelen al leer esto, pero es tan cierto como que no existe ningún gran político que fuera incapaz de afrontar con decisión, y no con silencio, los problemas a los que se enfrentó. O que incluso hubo un tiempo en que confundir Cataluña y nacionalismo catalán interesó al PP en términos electorales.

Sánchez ha tenido un gesto destacable: señor Puigdemont, representante de los catalanes, aquí estoy para hablar de los socialistas españoles, los de aquí y los del otro lado del Ebro; no para hacer lo que ustedes quieren, sino para dialogar políticamente de lo que resulte posible y lógico. Esa pequeña treta desmonta muchas argucias nacionalistas de golpe. Con cuidadas formas el dirigente socialista le vino a decir al representante de la mayoría parlamentaria y gubernamental que democracia toda la que haga falta, pero la de todos, no sólo la de unos pocos.

Deshielo, lo llamó. Descojone sería más exacto. Y lo consiguió con una visita, una conversación trivial corta y una buena comida en un restaurante barcelonés. Ahora los escribanos más radicales de la hoja de ruta están implorando para que siga Rajoy, garantía de su chollo perpetuo.