Con la vista puesta en las elecciones autonómicas del 21D, ese jueves marianista cualquiera preludio de las fiestas navideñas, asistimos de forma consecutiva a un esperpento político en Cataluña cada día más grande, entre el dadaísmo y el surrealismo. Los cuñados se lo pasarán en grande con los manjares de las fiestas y la conversación de los resultados y sus posibles aplicaciones en términos de gobernabilidad. Pero mientras todo eso llega, mientras algunos miembros del Govern pasan por el módulo de ingresos de la prisión de Estremera, mientras las formaciones preparan sus candidaturas electorales y sorpresas, que las habrá, prosigue el paseíllo de Carles Puigdemont por Bruselas junto a una parte de su antiguo Govern, que ya supera todo lo conocido hasta la fecha.

No es verdad que el presidente y el Parlament hicieran una declaración unilateral de independencia (DUI). Lo que hicieron, como hemos podido comprobar y parafraseando a Josep Tarradellas, fue una declaración ridícula de independencia (DRI). Como de costumbre, nos mintieron a todos diciendo lo primero. Más grave todavía es que engañaran a los suyos haciendo lo segundo. Con la justicia ya no han podido seguir en el embuste. Para muchos de sus más racionales seguidores, lo acontecido no tiene nombre y el relato que han querido añadirle nos hace pasar directamente, y sin transición, del ridículo al bochorno, el mayor de cuantos muchos hemos conocido jamás.

No es cierto que Puigdemont y Oriol Junqueras pretendieran dar un golpe de Estado, lo suyo era un golpe al Estado, al español del que tanto abominan y tan presente tienen en su lexicología. Pero lanzar ese pulso, perderlo (como no podía ser de otra manera a la vista de cuál fue su génesis y desarrollo), intentar mantener el relato paralelo, inventado y repleto de mentiras y, en última instancia, perseguir un martirologio de dimensión internacional ha sido el mayor error de un político que no sólo ha perdido el oremus sino que desconoce el significado del término dignidad. Perjudicar a sus compañeros para salvar su culo es, llanamente, de insolidario y membrillo.

Quizá la soledad de las celdas de las prisiones les permita reflexionar sobre la fechoría cometida. Es ya la única esperanza con ellos

Así Puigdemont convierte la institución que dice representar, pese a haber sido destituido del cargo, en una caricatura de lo que es y ha sido en la historia. El daño infligido por él y sus secuaces dejará abiertas heridas para las que serán necesarios muchos años si queremos verlas cicatrizar. Y, lo peor: aún no ha pedido excusas o perdón a los catalanes bienintencionados que creyeron posible la constitución de un nuevo Estado catalán porque su Gobierno les decía que todo estaba ultimado, era fácil y nos llevaba a un mundo feliz y moderno.

Mientras corremos el riesgo cierto de que la CUP batasunice las calles, la frontera entre el ridículo y el bochorno se ha cruzado con meteórica diligencia en unas semanas por parte de estos dirigentes fanatizados. De su actuación presente se resentirá el futuro autogobierno catalán, quedará muy perjudicada nuestra economía durante años y, al final, habrán demostrado que la insurrección a la que han llevado a los catalanes sólo tenía una finalidad certera: mantener y elevar sin rendir cuentas a nadie sus actuales cuotas de poder, prebendas, clerecías, situaciones clientelares, corruptelas y otras miserias con las que nos han deleitado durante casi cinco años. Quizá la soledad de las celdas de las prisiones les permita reflexionar sobre la fechoría cometida. Es ya la única esperanza con ellos.

A modo de Coda: Me relataba un empresario sabio que no debía enfadarse Puigdemont porque en Bruselas, la capital de la Unión Europea donde ha querido refugiarse para hacer más patente su cobardía política, le recibieran con cánticos de "¡Viva España!". De hecho, fueron unos músicos flamencos los autores del pasodoble, que se tradujo antes a otros idiomas que al propio español. Bélgica, el país que le detendrá muy probablemente, le ha rechazado dejando su causa orillada en el estercolero de la política, allí donde residen y se pudren aquellos asuntos que ni tienen enjundia suficiente ni son mínimamente importantes para una superestructura de estados como la UE.