Ha tenido que ser el ataque a un medio de comunicación el que haya despertado la conciencia colectiva de la situación que vivimos en Cataluña. Una cámara de seguridad convenientemente ubicada ha permitido comprobar a miles de catalanes cómo operan, con nocturnidad, alevosía e interés mediático, los cachorros del independentismo radical en persecución de sus objetivos políticos.

El acto terrorista sufrido este pasado jueves por Crónica Global no es un hecho aislado. No es sólo un acto vandálico dirigido a un medio de comunicación crítico e independiente, sino que constituye el corolario a un estado de cosas latente en la sociedad catalana. Lo que hemos sufrido en nuestras carnes empieza a convertirse en algo más que un problema de seguridad ciudadana, que es como lo tratan hasta ahora los cuerpos policiales y la justicia.

De las conversaciones mantenidas en las últimas horas con líderes políticos que manifestaban su solidaridad con nuestro medio he extraído la clara conclusión de que hay más. He podido constatar la existencia de una especie de tolerancia posibilista con estos fanáticos y un silencio cómplice similar al que hace años se practicó con el terrorismo vasco. Algunos recordarán el debate que existió cuando se intentaban minimizar públicamente sus acciones justo porque lo contrario era lo que pretendían sus activistas. Cataluña, los catalanes, no podemos permanecer ni un día más en silencio ante un vandalismo que ya no es circunstancial o aislado: un grupo de majaderos abducidos por el radicalismo antisistema e independentista se han propuesto controlar esta autonomía como si fuese el patio de su casa, o el salón de la casa de sus padres, que es donde la mayoría habita.

En Cataluña existe una especie de tolerancia posibilista con los violentos y los fanáticos y un silencio cómplice similar al que hace años se practicó con el terrorismo vasco

El ejemplo de Arran, que tiene la desvergüenza de reivindicar un atentado a pesar de ser una organización legal y no clandestina, son significativos y clarificadores. Además, y eso es lo que hemos conocido en las últimas horas, no son únicos o singulares, hay más, bastante más. Ese vandalismo constituye un desprecio profundo del espacio público, con el coste colectivo que eso significa.

Ha llegado el momento de que la sociedad en su conjunto trate este fenómeno como se merece: lo suyo es terrorismo de baja intensidad y el Estado de derecho dispone de suficientes elementos para garantizar que ni suceda ni quede impune. Se acabó ya la consideración de gamberradas para actuaciones que, por reiteradas y cada vez más sofisticadas, sólo persiguen alimentar el terror entre los contrarios a su causa independentista, republicana y bolivariana.

Y si se actúa con contundencia y claridad contra la extrema derecha, es necesario que se haga lo propio contra los mismos excesos de la extrema izquierda. Ninguna actitud próxima al fascismo, al totalitarismo o la aniquilación del adversario y el uso de métodos violentos tiene cabida hoy en nuestra sociedad. Los líderes políticos deben dejar de redactar manifiestos de apoyo y ponerse manos a la obra y la justicia calzarse bien y conectarse con el problema antes de que sea demasiado tarde. Por cierto, un detalle: ningún líder nacionalista se pronunció públicamente contra el atentado (algunos lo hicieron de forma privada y discreta ante los suyos), tampoco nadie de Catalunya en Comú. El dato habla por sí solo.

Cataluña, los catalanes, no podemos permanecer ni un día más en silencio ante un vandalismo que ya no es circunstancial o aislado

Debemos ser contundentes desde el constitucionalismo en la defensa de la democracia en todas sus expresiones y esta vulneración constante es una de ellas. Nuria Marín, alcaldesa socialista de l’Hospitalet de Llobregat, me telefoneó para mostrar su solidaridad con lo acontecido y en especial para dar un mensaje de ánimo al equipo de Crónica Global. Fue una de las comunicaciones que más agradecí. En nuestra corta conversación, la socialista tenía una especie de resignada posición con respecto a estos hechos de violencia urbana y juvenil creciente. Dándole alguna vuelta a esa comunicación, a punto estuve de llamarla unas horas más tarde para reflexionar sobre eso: no cabe más buenismo posibilista si no queremos cargarnos la convivencia. El momento es delicado y Cataluña anda dividida en dos mitades. La prudencia es tan necesaria como indispensable compañera de viaje, pero eso no debiera impedir que colectivamente digamos no. Un no rotundo y categórico.

Debemos decirles no a los terroristas destetados de Arran que quieren importar la kale borroka a un país pacífico y a una sociedad respetuosa. Debemos decirles no a quienes aseguran combatir el fascismo haciéndose trampas porque lo practican desde el mayor totalitarismo posible y con la violencia como arma de convicción. Debemos decirles no a estos hijos de papá bienestantes que piensan que lo suyo es obrerismo y, sin embargo, ninguno de ellos defenderá ni tan siquiera posiciones progresistas cuando cumplan 50 años. El peligro existe, amigos. Estamos en una fase en la que espacios de libertad como la propia universidad (recuerden las actuaciones de los sindicatos de estudiantes nacionalistas de la UAB) han sido tomados por los fanáticos.

No cabe más buenismo posibilista si no queremos cargarnos la convivencia

Los catalanes de seny debemos lanzar un no rotundo, contundente y claro. No es suficiente con declaraciones como la del Ayuntamiento de Barcelona condenando lo sucedido. Son un apoyo moral a los afectados, que se agradece, pero representa cero en términos reales. Y ahí es donde esperamos a los políticos de verdad. Sobre todo, el día que las fuerzas del orden y la justicia empiecen a adoptar medidas contundentes contra los autores de estas fechorías contra la libertad de expresión. Estaremos atentos para escucharles en aquel momento, que es cuando de verdad se verá si sus buenos propósitos actuales coinciden con la necesidad de propaganda y posverdad que invade nuestro espacio público hoy.

Se requiere, pues, una firmeza especial en este instante. Digamos no, diguem no, como cantó Raimon. No decirlo alto y claro es una muestra inequívoca de colaboración, aquiescencia o parcial consentimiento con sus propósitos. Los terroristas se merecen un no atronador y toda la fuerza de la justicia. El resto, pensemos como queramos, nos hemos ganado la paz.

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PD: El Colegio de Periodistas de Cataluña, que preside la periodista de Catalunya Ràdio Neus Bonet, ha tenido de nuevo una actitud tibia ante el cuarto ataque a la sede de Crónica Global. En el tercero ya tuvimos un pequeño rifirrafe por Twitter con la decana porque los periodistes de la ceba se resisten a condenar la violencia fanática si no hacen política a la par. Al igual que hicieron los partidos nacionalistas en el Ayuntamiento de Barcelona no consintieron en reconocer el ataque contra Crónica Global hasta que no se incluyó el escrache que la extrema derecha hizo meses antes en la emisora pública. ¿Tan difícil es aislar las opiniones de los hechos y condenar aquellos que son incuestionables sin mayor rubor o apriorismo? Lo contrario, compañera Bonet, es balcanizar esta profesión noble. Y eso el periodismo del futuro os lo cargará al activo histórico de vuestra junta directiva, no te quepa la menor duda. Por más revistas corporativas infumables que se publiquen desde el Col.legi o mejores puestos directivos que tengáis los actuales integrantes del órgano de representación de la profesión. En nuestro oficio, la verdad casi siempre acaba por aflorar.