Que un martillazo en el pie sea más molesto que un grano en la nalga no convierte al forúnculo en algo agradable ni llevadero. Me sorprende el optimismo con el que una parte del constitucionalismo habla de la mesa de diálogo del Gobierno con la Generalitat. Como si el hecho de que los dirigentes de JxCat actúen como tarugos convirtiera a ERC en un partido razonable o decente.

Es cierto que el terraplanista Jordi Puigneró --incondicional de los iluminados del Institut Nova Història-- ha hecho todo lo posible por reventar el foro. Y que la actitud de Pere Aragonès ha sido mucho más constructiva que la de su vicepresidente del Govern. Pero no podemos olvidar que ERC también (o sobre todo) es Gabriel Rufián, Oriol Junqueras y Marta Rovira, personajes que no pueden estar más alejados de conceptos como moderación y sentido común.

Por supuesto que hay que disfrutar del espectáculo brindado esta semana por JxCat y ERC en torno a la mesa de diálogo. La irremediable división del independentismo nos ha dado y nos dará momentos de gloria. Ver a Junqueras abucheado por los suyos al grito de botifler en el Fossar de les Moreres es una gozada para cualquier observador sensato. Y presenciar en directo los navajazos entre Marta Vilalta y el expresidiario Jordi Sànchez genera grandes dosis de satisfacción. Tal como está el patio indepe, no me extraña que el presidente Sánchez se frote las manos.

Pero, insisto, nada positivo puede salir de la mesa de diálogo. Si la estrategia del Gobierno pasa por ganar tiempo --sin ofrecer ninguna contrapartida--, solo habrá servido para que el nacionalismo intensifique su victimismo. Y si el plan implica el traspaso de nuevas competencias, supondrá otorgar al independentismo más y mejores armas para futuros levantamientos como el de 2017.

La solución pasa por ser más claros con los nacionalistas. Por marcarles los límites con mucha más contundencia y naturalidad, no con los complejos habituales. Si hasta para decirle al independentismo que no hay amnistía ni referéndum que valga, el Gobierno traga saliva y se va por las ramas. Basta con recordar la suavidad con la que tocó esos temas Pedro Sánchez en la entrevista del lunes en TVE, o su mano derecha, Félix Bolaños, dos días antes en eldiario.es.

Los paños calientes no servirán de nada. O, al menos, no mejorarán la convivencia en Cataluña. Si la mesa de diálogo no sirve para erradicar la inmersión y el adoctrinamiento escolar, cerrar las embajadas, transformar TV3 y Catalunya Ràdio en medios plurales (o cerrarlos), recuperar la imparcialidad y el bilingüismo en las instituciones autonómicas y restablecer la neutralidad del espacio público, es mejor que lo dejen estar.

Por mucho que los otros sean más ultras, sentarse con los independentistas menos fanáticos para mendigarles que, por favor, no lo vuelvan a hacer, no me parece un buen negocio.