Nuevo curso, mismo debate (uno entre tantos). Las copiosas lluvias de los últimos días, el terremoto de Haití y el huracán Ida mantienen el cambio climático en boca de todos. Nos tienen con el corazón en un puño y sí, seguro que los humanos contaminamos mucho por tierra, mar y aire, como también lo es que todos podemos hacer pequeños gestos. Las bolsas reutilizables son el mejor ejemplo. Sin embargo, no se vale atribuir todos los desastres naturales a este exceso de basura y polución atmosférica.

El Ilustre Colegio Oficial de Geólogos afirma que el 10% de la población de España vive en zonas inundables (también la hay en el resto del mundo). Y pide, por ello, que se adapten los usos urbanísticos del suelo en función de los mapas de riesgos naturales. Las áreas con mayor peligro son Andalucía, Comunidad Valenciana y Cataluña. Es decir, que hay muchas construcciones en las llanuras aluviales de los ríos, y el día que estos se desbordan… la culpa es del cambio climático. Sí, pero no. No hay que mezclar churras con merinas. 

El cambio climático produce un aumento del riesgo de inundaciones, de acuerdo, pero serían mucho menos dañinas si los humanos hubiéramos edificado lejos de esos lugares marcados en rojo. La naturaleza siempre ocupa su lugar. Es más, el mundo seguiría con su vida aun sin la presencia de los terrícolas. Y lo mismo ocurre con otros fenómenos naturales: Japón adapta sus edificios a los terremotos que sufre la región, pero Haití no está preparado para ellos; los huracanes se llevan por delante casas de papel en algunos países, porque tampoco están adaptadas para ellos.

Las imágenes de la destrucción son siempre impactantes, y el mejor reclamo para transmitir ciertos mensajes. “Las consecuencias del cambio climático son irreversibles”, se podía leer y escuchar hace unas pocas semanas. Mientras los hombres del tiempo a menudo se equivocan en sus pronósticos para el día siguiente, la ONU ya sabe lo que pasará dentro de mil años. Curioso. Tratamos de colonizar Marte, creamos carne en el laboratorio, los robots escriben… pero no tenemos ni idea de cómo arreglar esto. ¡Si ni siquiera sabemos la tecnología que existirá dentro de un milenio!

En todo caso, buena parte de la solución la tienen, como casi siempre, los gobernantes (el resto depende de los pequeños gestos de cada uno), que deben buscar alternativas a los caminos que nos han empujado a seguir durante décadas, a pesar de que muchas veces ya se han descartado opciones menos perjudiciales para el planeta porque hay muchos intereses detrás. Y mientras implementan los nuevos sistemas, nos incitan a que renunciemos a comodidades y placeres que ha costado años lograr, como un buen chuletón o el aire acondicionado. ¿Debemos comer insectos para evitar inundaciones?

El deshielo es otra de las consecuencias del cambio climático, y también se da en política. Deshielo fue una de las palabras más utilizadas tras la formación del nuevo Govern liderado por Pere Aragonès, y ante el incipiente acercamiento de la Generalitat al Gobierno para dialogar y reconducir las tensiones creadas por el independentismo entre catalanes y con el resto de España en los últimos años. De hecho, el deshielo era una condición indispensable para defender los indultos. Y, de algún modo, se puede establecer una analogía entre los mencionados desastres naturales y lo que está ocurriendo con los partidos en las últimas horas.

El pacto de gobierno ERC-Junts se fraguó en el último momento y se asumía que tenía fecha de caducidad porque, aunque ambos defienden la independencia, los republicanos optan ahora por el pragmatismo, pero los posconvergentes la quieren hacer a lo bruto. Sin embargo, los perspicaces anuncios de Pedro Sánchez, con la ampliación de El Prat, primero, y la asistencia a la mesa de diálogo, después, han desarmado a los pupilos de Carles Puigdemont y han terminado por dinamitar la frágil unidad entre los socios de gobierno, que difieren en cómo afrontar el conflicto. Por ahora, dan una imagen de división (una más), de incompetencia y de situación insostenible. Los últimos movimientos en torno a esa reunión Gobierno-Generalitat, con el pulso de Junts y la firmeza de Esquerra, dan buena muestra de ello. Como se suele decir, se veía venir.

Llegados a este punto, Junts, el partido de Puigdemont, sería la lluvia torrencial; arrasa con todo a su paso con la independencia por bandera. ERC, ahora mismo, sería el partido construido en zona inundable, ya que pudo evitar esta situación con anterioridad si hubiese elegido a otros socios de gobierno, pero se asentó en terreno pantanoso. Y las demás formaciones representan a esos gobernantes que, aun teniendo las herramientas para reconducir la situación, lo quieren arreglar todo in extremis, tras años de mucho dolor, división, tensiones y empobrecimiento. No es irreversible, pero hay que ponerse manos a la obra. Por cierto, ¿qué fue del Tsunami Democràtic?

Por lo tanto, el nuevo curso empieza también con este viejo debate, el del nacionalismo catalán, aunque cada vez está más fracturado y cuenta con menos adeptos (como se vio en la Diada), pero más radicales. El huracán Junts no se desactivará, pero sí se pueden levantar construcciones más robustas y buscar mejores emplazamientos para minimizar su impacto.