Que nadie piense que este titular es irreflexivo. El mismo nivel de desgobierno que se vive en el Barça lo sufre la Cataluña nacionalista y, analizando sus entornos sociológicos, los niveles colectivos de autocomplacencia son casi idénticos.

En el Barcelona hay un presidente, Josep Maria Bartomeu, desnortado. En Cataluña, también. En el club de fútbol hay una junta directiva atemorizada y sin capacidades ejecutivas reales. En la comunidad autónoma, sus consejeros tienen tanto temor a la justicia como sumisión al presidente y al vicepresidente. Es más, como acaban de demostrar, el patrimonio les preocupa más que el país. Al campo asisten buen número de hooligans que gritan al árbitro, al contrario, exhiben banderas, corean consignas y externalizan sus frustraciones interiores. No guardan gran diferencia con aquellos que van a las manifestaciones y se olvidan de las víctimas de un atentado para poner por delante sus ambiciones políticas.

La entidad deportiva vive de rentas. Tanto de las económicas (de los años en los que el buen funcionamiento de la política de fichajes y la Masia dieron pulmón financiero) como de los resultados históricos. La cúpula de la Generalitat también está sumida en el romanticismo de recuerdos nacionalistas que ahora se intentan elevar a categoría de reivindicación popular. En el Barça se vive de la apelación a Guruceta y en el plaza Sant Jaume de lo acontecido en 1714, siempre con la mirada atrás.

En el Barça ningún directivo abandona para seguir protegido. En el Ejecutivo autonómico nadie quiere pasar por traidor y perder sueldo y coche oficial

En ambos lugares hay imputados. En un caso por incumplimientos con la justicia (hasta el club tiene la condición de investigado por la arquitectura tributaria del fichaje de Neymar) y en el otro por saltarse a la torera preceptos legales que ningún gobernante democrático se atrevería a profanar. O por gastar dinero público en un butifarréndum ilegal y exclusivo para los suyos. En el Barça ningún directivo abandona el cargo en la medida en que estar en el club les garantiza una cierta protección legal y en el Ejecutivo autonómico nadie quiere pasar por traidor y perder sueldo y coche oficial. Los más cobardes, de hecho, ya fueron depurados por Carles Puigdemont y Oriol Junqueras.

El bajo rendimiento deportivo actual del primer equipo del Futbol Club Barcelona se intenta subsanar con fichajes internacionales carísimos. La falta de Gobierno sobre las cuestiones ciudadanas en Cataluña se enmascara con la convocatoria de un referéndum ilegal que tapa todas las carencias y falta de gestión de los que han sido elegidos para ello. Como convendrán, los paralelismos se amontonan.

Madrid más que robarnos (en terminología nacionalista) nos ha superado: en empuje, fuerza, cosmopolitismo, valentía y espíritu de sacrificio. Su club de fútbol está gobernado con más ambición. En lo político, hemos dejado de ser determinantes en el conjunto de España para convertirnos en el problema. En lo futbolístico ni les cuento, se vio hace muy pocos días en el terreno de juego.

Lo que está pasando en Cataluña en el ámbito de la gobernación no causará decadencia al país. De hecho, la actitud decrépita extendida por Cataluña es justamente el resultado de años de un nacionalismo ensimismado, de la falta de horizontes y de la influencia de una élite dirigente que persigue, sobre todo, mayores cotas de poder individual. En el Barça, Leo Messi en soledad no puede lograr las victorias. En el Gobierno de la Generalitat, por desgracia, ni tan siquiera se tiene a alguien equivalente en calidad y solvencia al astro argentino. Por lo demás, las miserias hoy en día son casi las mismas. Visto lo visto, uno casi se atreve a reivindicar que vuelvan Joan Laporta y Jordi Pujol, aunque robasen un poco y se bañaran en champán francés.