Malcolm Little, más conocido como Malcolm X, fue un activista estadounidense comprometido con la defensa de los derechos de los afroamericanos. Tuvo una vida azarosa. Falleció a los 39 años, asesinado cuando iba a pronunciar una conferencia en Nueva York. Antes, dejó para el recuerdo un aforismo perfecto para entender cosas de nuestro tiempo en Cataluña: “Si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido”. Sabía de lo que hablaba, ciertamente.

El mapa mediático catalán vive secuestrado por el poder político. Hubo otros tiempos en los que los lobbies económicos ejercían influencia sobre los mass media, pero hoy esa tendencia ha mutado. Hay muchos ejemplos de la transformación, pero el último episodio del amordazamiento en que vive el ecosistema catalán de comunicación ha tenido lugar esta misma semana en el Parlamento catalán. Con los votos a favor de Junts pel Sí y la CUP, junto con la incomprensible y atómica abstención de Catalunya Sí Que es Pot (CSQP), la cámara sacó adelante una moción que obliga a los medios de comunicación que reciben subvenciones o publicidad institucional a aceptar las campañas a favor del referéndum que promueva la Generalitat.

Incumpla usted la ley porque nosotros pagamos, representa que constituye la tesis de los secesionistas. Qui paga, mana (quien paga, manda), en síntesis y expresión popular.

Fruto de esta actuación parlamentaria tan polémica, muchos ciudadanos han descubierto la punta del iceberg de lo que sucede en Cataluña en el ámbito de los medios de comunicación. Todos, salvo honrosas y mínimas excepciones (pueden contarse con los dedos de una mano), reciben fondos públicos, bien sea por la vía de la subvención a empresas periodísticas o por la fuerte inversión publicitaria que realizan las administraciones: Generalitat, Diputación de Barcelona y Ayuntamiento de Barcelona. En total, 362 medios  catalanes de distinto tamaño, especialización o sesgo editorial perciben dinero del contribuyente. Directo, en vena.

El mapa mediático catalán vive secuestrado por el poder político

Crónica Global no solicita ni percibe subvenciones. Tampoco recibe inversión publicitaria de ninguna de esas tres administraciones, aunque por audiencia e influencia sería un vehículo incuestionable del mapa digital catalán. Veremos si sobre este segundo capítulo los tribunales piensan lo mismo que los gobernantes, pero ese es un asunto de prurito empresarial con el que no deseo aburrirles.

El dinero público aplicado al periodismo es pura manipulación, una forma de secuestro intelectual y un método para cercenar la independencia ante el poder político. Los medios nos vemos obligados a enfrentarnos, por uno u otro asunto, con los dirigentes políticos y altos funcionarios públicos en la medida que la democracia nos reserva un papel fiscalizador de las administraciones para evitar abusos del signo que sea.

Los dos grandes grupos editoriales con sede en Cataluña por facturación y audiencia (Godó y Zeta, los del editorial único) viven en los últimos años dopados por los fondos procedentes de los contribuyentes. Lo que no se paga en el quiosco comprando un ejemplar de diario se acaba sufragando vía impuestos para mantener las cuentas de resultados de dos empresas privadas que, sin ese apoyo institucional, arrojarían severas pérdidas. El caso del empresario Javier Godó es el más lacerante de cuantos hemos conocido. El conde, desde su torre de cristal de la barcelonesa plaza de Francesc Macià, pone sus medios al servicio de la política según conviene o según mana la fuente de los recursos. Él llama a La Vanguardia “diario institucional”, pero más bien sus medios son como esos veleros que aprovechan el viento a favor para avanzar más rápido o, incluso, únicamente para moverse. Su sede social es hoy Francesc Macià, pero podría ser perfectamente Calvo Sotelo, le importa un carajo.

El Grupo Zeta, de Antonio Asensio jr., perdió la oportunidad de convertirse en la gran referencia mediática catalana a principios de siglo por el infortunio de perder a su fundador a muy temprana edad. Al heredero le interesan entre poco y nada los medios que le legó su padre y, por juventud e ignorancia, desatendió la figura de editor y dejó, con otro símil marinero, el holding de empresas a la deriva en alta mar. Zeta, donde un servidor pasó casi tres lustros de su carrera profesional, había plantado cara al diario de la burguesía catalana. Los cambios directivos, que ninguno de ellos cuajó en positivo, hicieron el resto para convertir El Periódico en un medio decadente y sin influencia después de haber sido el más leído en Cataluña unos años antes.

Los dos grandes grupos editoriales con sede en Cataluña por facturación y audiencia (Godó y Zeta, los del editorial único) viven en los últimos años dopados por los fondos procedentes de los contribuyentes

Si los grandes andan así, con cojeras y dolores articulares por toda su fisonomía empresarial, de los pequeños ni les cuento. De hecho, porfiaría con cualquier editor catalán del nuevo mapa digital que la insólita atomización de nuevas cabeceras nacidas al calor del dinero público bajaría sus persianas si perdieran la balsámica inyección anual de las administraciones, a las que defiende, lógicamente, como en Fuenteovejuna. El universo digital es más que dependiente de lo público, vive de él. Son nacionalistas no tanto por convicción, como por cuenta corriente. Porque perro no come carne de perro, y no seremos nosotros quienes rompamos el fair play del sector pese a las lamentables descalificaciones que a veces hemos soportado, pero conocemos algún dato relativo a la financiación de algún competidor que haría enrojecer a su digno propietario e impulsor si fuera revelado. Por consiguiente, sólo así puede comprenderse la actitud tan rayana en el hooliganismo que desempeñan algunos colegas.

La profesión periodística tampoco está a salvo de esta atrocidad en la comunicación catalana. Los colegios de periodistas callan y se dedican a organizar foros y conferencias sobre asuntos menores y a tratar el fenómeno desde perspectivas alejadas que no comprometan a sus dirigentes ni a las aportaciones y dádivas que regularmente reciben. Escribí tras el cierre del valenciano Canal Nou que como profesional me preocupaba el futuro de los centenares de empleados que se vieron afectados, pero que no sentía solidaridad alguna con el silencio cómplice que habían practicado los colegas con la burda manipulación que el PP ejerció en aquella comunidad con las aquiescencia de aquellos que debían denunciarla y sonrojarles. No piensen que rehúyo el debate. Entre los periodistas hay muchos culpables. Los informadores catalanes se ufanan de tomar partido o posición clara sobre el debate político que existe. Ese periodismo sólo existía antes en la prensa deportiva, pero hoy la política se ha contaminado también de la defensa de las camisetas partidarias. Desde los artículos que se publican, pasando por las tertulias de las televisiones, los radiopredicadores matinales... muchos profesionales no tienen recato alguno en abrazar un discurso desacomplejado que hace imposible un mínimo de independencia y de abstracción narrativa, que deontológicamente deberíamos cuidar.

Los diarios nativos digitales que se han creado para impulsar el soberanismo o los que incluso existían antes --que han visto cómo pasaban de tercera regional a jugar la Champions League gracias al dinero de todos (independentistas o no)-- son un aluvión. Entre ellos se disputan un espacio que procuran ocupar de cara al futuro los dirigentes de ERC, los nuevos de PDeCAT, los viejos de CDC y, ahora, hasta se animan a jalear a Ada Colau y sus compañeros de viaje municipales gracias a los 12 millones de euros anuales que reparte la corporación local entre los medios. Hasta la CUP prepara un proyecto de medio de comunicación, aunque algunos de sus cooperativistas hace tiempo que ejercen el activismo desde una de ellos con microscópica difusión. A más afinidad, más cariño. Tanto da cuáles sean las audiencias, el nivel de penetración en la ciudad o cualquier otro dato objetivable en un mercado libre: el roce, y cuanto más mejor, acaba transformándose en cariño económico. Muy progre y transparente todo ello, como pueden observar.

Todo vale, maquiavelismo en estado puro, para alcanzar el objetivo: poco importa que se restrinjan las libertades y derechos tan fundamentales como la difusión de información y de expresión

Es necesario recordar que Colau llevaba en su programa, con el que consiguió ser la lista más votada e investirse como alcaldesa, la retirada de esos momios. Nada más llegar, su antecesor en el cargo, el convergente Xavier Trias, nos dijo: “No lo retirará, no podrá”. Y en efecto, así está sucediendo.

Que los mismos políticos que nos dan lecciones de democracia queriendo llevar el país a un referéndum ilegal y se quejan de las restricciones y la defensa que el Estado realiza de su unidad son los mismos que aprueban o se abstienen ante mociones de corte tan totalitario como la que ha visto la luz esta semana en el Parlamento. Dan una idea diáfana de la esquizofrenia política del movimiento que amparan. Todo vale, maquiavelismo en estado puro, para alcanzar el objetivo: poco importa que se restrinjan las libertades y derechos tan fundamentales como la difusión de información y de expresión.

Los detractores de nuestra línea editorial --contraria a esas prácticas parlamentarias e impulsora de una moderación política que prescinda de radicalismos y populismos-- lo llevan mal. No les gusta nuestra presencia porque resultamos incómodos y sacamos a la luz sus principales contradicciones. Que seamos críticos y generemos opinión con un discurso diferente en este tiempo y en este lugar desagrada. En Cataluña hoy se está con el proceso soberanista o es usted un facha, y ése es el más suave de los epítetos que nos dedican.

Somos como el picor de una picada de insecto, molesta y duradera. Sostienen que es imposible que un producto editorial como Crónica Global pueda subsistir, con buena salud periodística y empresarial, y sólo les cabe en su minúsculo cerebro que nos financia el CNI, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría o la Legión. Hacen bueno aquel refrán que dice que el ladrón siempre piensa que todos son de su condición. Nuestra audiencia y músculo empresarial sorprende y buscan vías para ningunearlo, atribuírselo al Espíritu Santo o minimizarlo tanto como sea posible.

Veinticuatro meses más tarde de su refundación, y después de muchos errores y algunos aciertos en nuestro recorrido, este medio es una realidad vigorosa e inapelable en la sociedad catalana

Bien, pues ayer se cumplieron dos años desde que el 1 de julio de 2015 un pequeño grupo de periodistas emprendedores nos pusimos al frente de la ya existente Crónica Global. Le llamamos refundación. Se pasó a controlar la mayoría accionarial, hasta entonces en manos de los socios fundadores, y se inició un camino editorial distinto del que alumbró su nacimiento en septiembre de 2013 tras la fusión de La Voz de Barcelona y El Debat. Se ha compartido durante todo este tiempo, no obstante, el inicial espíritu constitucionalista y ponderado que consideramos el nudo gordiano de la sociedad catalana.

Veinticuatro meses más tarde, y después de muchos errores y algunos aciertos en nuestro recorrido, este medio es una realidad vigorosa e inapelable en la sociedad catalana. Para muchos, una disruptiva y divertida aparición; para algunos una ventana de libertad en una sociedad mediáticamente tóxica. Otros, más dubitativos y desconfiados, nos ven como un producto periodístico interesante, pero se mantienen prudentes ante las campañas de descrédito que hemos recibido desde las hordas de hiperventilados radicales de uno y otro lado de la política. Lo cierto es que los casi dos millones de lectores que pasan por nuestras páginas cada mes, nacionalistas o no, de uno u otro lado, son una prueba de que sin dinero público y con valentía ante los abusos y la presión del poder político y económico es posible ejercer el noble oficio de informar.

Lástima que lo nuestro, pese al éxito cosechado en estos dos años y los elogios recibidos (incluidos los de más de un independentista confeso) no tape una realidad tan totalitaria y de pensamiento único como la del universo mediático catalán. Es obvio que hasta que el nacionalismo dominante en la comunidad no pierda el control del dinero de todos y deje de amamantar a su obediente clerecía, sólo nos queda hacer nuestro trabajo lo mejor que sabemos. A ustedes, que nos acompañan, les pedimos que sigan haciéndolo y les agradecemos su apoyo y comprensión con los errores que cometemos. Ah, por cierto, y tengan en cuenta lo que decía Malcolm X.