La intervención de Joan Coscubiela, portavoz del grupo parlamentario de Catalunya si que es pot (CSQEP), en la Cámara catalana ha sido una de las más celebradas de cuantas tuvieron lugar ayer en la sesión que debatía la ley prevista para romper con España después del hipotético referéndum.

El diputado dio una lección de democracia. Con la legitimidad que da haber discrepado en muchas ocasiones de sus posturas, ayer dio una auténtica demostración de talante liberal. El repaso que dirigió al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en el que puso hasta en tela de juicio si cumplía con dignidad el cargo, fue antológico.

Recordó a sus padres y a su hijo Daniel, por quien dijo que seguía defendiendo derechos fundamentales. Como, recordó, cuando luchaba por la recuperación de la libertad, de la democracia y de los derechos fundamentales de los españoles, de los catalanes, contra el franquismo. Se hacía con independencia de la ideología de cada quien, lo que prevalecía era que el colectivo recuperara los valores de la democracia.

Los independentistas no pueden acusarle de facha, ha trabajado mucho más por los derechos de los trabajadores y los más desfavorecidos que cualquiera de ellos

Los actos de pillaje democrático que se han vivido en las últimas horas en el Parlament para aprobar un referéndum que ya está suspendido por el Tribunal Constitucional han puesto por delante de todo un único derecho, el de autodeterminación. Y para ello se han vulnerado todos los demás, incluidos los que afectan a los representantes de la ciudadanía. Coscu, como le conocemos desde sus tiempos como secretario general de CCOO en Cataluña, lo recordó con una oratoria vehemente, afilada y desacomplejada.

Quizá sea porque la historia personal del diputado le da suficiente seguridad para que las hordas independentistas no puedan acusarle de represor, facha, fascista o cualquier otro epíteto de los que utilizan los nacionalistas radicales para describir al discrepante. Si lo hicieran saben que se equivocarían: Coscubiela ha trabajado mucho más por los derechos de los trabajadores y de los más desfavorecidos que cualquiera de los diputados de Junts pel Sí o de sus socios de la CUP, es un hecho innegable.

Lo hizo bien, demostró aplomo, sabe que sus oponentes están en falso y se abstuvo de decir lo que seguramente piensa: que los verdaderos fachas son aquellos que con su actuación poco democrática, totalitaria e irrespetuosa con los derechos de los demás se han empecinado en imponer a todo un país su visión particular del futuro colectivo.