Celestino Corbacho Chaves fue uno de esos alcaldes que consiguió hacer grande al PSC en Cataluña. Ejerció como primer edil de L'Hospitalet durante 15 años y fue todo un símbolo de la transformación de la segunda ciudad catalana tanto por lo que se hizo como por quién era el autor político. Le dio la vuelta a una ciudad suburbial e infraequipada de infraestructuras y convirtió un cementerio vertical franquista en una urbe moderna, con sus comunicaciones, su recinto ferial y sus calles convertidas en lugares con dimensión humana. Eso lo hizo un extremeño que emigró a Cataluña en los años del franquismo y que escogió la comunidad para echar raíces. El suyo, como muchos otros casos alrededor del área metropolitana de Barcelona, fueron modelos de integración, de respeto a la tierra de acogida y de lucha por las libertades en tiempos de enormes carencias de todo tipo.

Mención aparte merecen sus otros cargos. Presidió más tarde la Diputación de Barcelona y fue ministro de Trabajo en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Por ninguno de ambos alcanzó la notoriedad y el reconocimiento que sí logró en la ciudad del Baix Llobregat. Corbacho fue un correcto alcalde, pero un mediocre ministro. Con la propensión actual a observar los hechos desde la perspectiva inmediata eso es lo que nos quedará de su obra política, a la que ha decidido poner fin harto de ser arrinconado en el mismo PSC al que le dio triunfos y del que recibió sus mayores días de gloria.

Una de las virtudes de los socialistas catalanes durante décadas fue tejer un poder municipal que les permitió preparar profesionalmente cuadros para las administraciones públicas y fabricar líderes de primer nivel. Corbacho fue uno de ellos, pero también José Montilla, Joaquim Nadal, Montserrat Tura o Pasqual Maragall, por citar alguno de ellos, seguramente los más conocidos en Cataluña. Corbacho, además, era uno de los insignes representantes del llamado charnepower, una facción de los socialistas que comandaban una generación de dirigentes territoriales al sur y al norte de Barcelona y que como denominador común recalaron en Cataluña por mor de los flujos migratorios españoles de los años 50, 60 y hasta 70 del siglo pasado.

Que Corbacho haya dado un portazo no es muy noble, que piense en pasarse a las filas de los adversarios es una pequeña traición, pero tampoco parece que la solución mejor del PSC es pensar que a enemigo que huye, puente de plata

Frente a ellos vivían siempre los socialistas autóctonos, más próximos al nacionalismo catalán o directamente amamantados en sus brazos. Acabaron tomando el máximo control de la organización socialista y algunos han acabado sus vidas políticas con transformaciones que dan la razón a esa cohorte de alcaldes que desconfiaban a finales del siglo pasado de sus intenciones últimas: a los hermanos Maragall podía sumarse la propia Tura, la familia Nadal, Antoni Castells, Marina Geli, Ferran Mascarell...

Corbacho se va propinando un portazo. Se lo dice a Miquel Iceta, que siempre ha sido un político profesional y que ya nació dando mítines, en consencuencia es inmune a esta salida, y al secretario de organización del PSC, Salvador Illa, quien también acumuló 10 años de alcaldía en La Roca del Vallès, pero que sustituyó el voluntarismo de los dirigentes municipales de los 80 por una exhaustiva preparación para la gestión pública. Le dejan ir sin darle importancia y, seguramente, se equivoquen. Corbacho debería pensar a su edad en jubilarse del todo y olvidarse de los cargos públicos, de acercarse ahora a Ciudadanos, pero es cierto que su obra merece algo más que un adiós, muy buenas.

La historia de Corbacho, como la de buena parte de los votantes del último 21D, es la de muchos socialistas que entregaron su vida profesional a una causa y el mismo partido que aprovechó su empuje, coraje, valentía y dedicación debiera darles una salida digna. Seguro que hay mil formas de montar un senado de antiguos alcaldes, de viejos combatientes en la trinchera municipal que podrían asesorar, y no poco, tanto a sus relevos generacionales en los municipios como al resto de dirigentes de una organización que necesita cierta recomposición tras las elecciones del 21D. Que Corbacho haya dado un portazo no es muy noble, que piense en pasarse a las filas de los adversarios es una pequeña traición, pero tampoco parece que la solución mejor del PSC es pensar que a enemigo que huye, puente de plata. El ex alcalde de L'Hospitalet no era un enemigo, más bien constituía un símbolo incuestionable de otro tiempo que a nadie entre los socialistas catalanes le conviene olvidar hoy. No por falsas lealtades, sino porque sin mirar al pasado es muy difícil entender el presente y preparar los mejores cimientos para el futuro.