Habemus mesa de diálogo. A pesar de las trabas de Junts per Catalunya. Curiosamente debemos a este partido que este cauce de negociación del conflicto político catalán arrancara en diciembre de 2018 con la llamada Declaración de Pedralbes, suscrita por Quim Torra y Pedro Sánchez. Con ese acuerdo, se ponía fin al procesismo, algo que los neocovergentes no acaban de asumir y ahora se dedican a poner palos a las ruedas a sus socios de ERC.

Definitivamente, los independentistas necesitan un mediador, pues con sus hostilidades, han solemnizado que existe, no ya un problema entre Cataluña y España o entre catalanes --a diferencia de Aragonès, el expresidente Torra sí abrió un diálogo entre partidos catalanes--, sino entre tres formaciones secesionistas.

Dos de ellas se han convertido en convidadas de piedra en la mesa celebrada ayer. La CUP, que nunca estuvo invitada porque mantiene un acuerdo con ERC sin ser miembro del Govern, y JxCat, que ha decidido borrarse de la negociación por causas supuestamente identitarias, pero que en el caso de los neoconvergentes, tienen que ver mucho con sus pugnas internas. El espíritu de los antisistema y los herederos de CDC planeó ayer sobre la cumbre entre Sánchez y Aragonès. Mal que le pese a PP, Ciudadanos y Vox, la foto del presidente del Gobierno español con el republicano ha ampliado el abismo entre los secesionistas hasta el punto de poner en peligro la legislatura catalana. El líder socialista mantiene su no a la amnistía y la autodeterminación, mientras que ERC no renuncia al diálogo. Es su gran apuesta para este mandato y Aragonès no se puede permitir dar marcha atrás.

No parece que la deslealtad de JxCat sea motivo suficiente para romper la coalición. El golpe de mando de Aragonès, que no ha aceptado el órdago consistente en colocar en la mesa a dos indultados frente a Sánchez, era necesario. Pero que ambas partes resten importancia a la nueva crisis solo puede tener una interpretación en clave partidista. Ni Junts se atreve a salir del Govern ni ERC a echarles del Consell Executiu. Aunque el problema más grave no son las divergencias que genera esa mesa de diálogo, un punto de inflexión necesario tras diez años de cansina confrontación, sino las graves diferencias en política social, fiscal y económica que existen entre ambos partidos.

Aragonès y Carles Puigdemont, absorto en sus propios problemas judiciales y que nunca está cuando el partido le necesita, decidieron renovar sus votos en pleno proceso de reconstrucción postpandemia, lo que requiere de grandes dosis de estabilidad política. Apenas transcurridos 100 días desde la investidura del republicano, la ampliación del aeropuerto de El Prat ponía en evidencia las diferencias de criterio entre Esquerra, más próxima a la CUP en materia de infraestructuras, y JxCat, defensores del proyecto fallido.

El fichaje de un joven sin carrera, exmiembro de un think tank que asesora a la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, por parte de la consejera de Investigación y Universidades, Gemma Geis (JxCat), lejos de ser una anécdota, también demuestra los diferentes modelos de sociedad que tienen ambos socios. Esquerra, que defiende el sistema público a pesar de su errática gestión en departamentos sociales claves para evitar las desigualdades en Cataluña, se sienta a la mesa del (des)diálogo catalana junto a una consellera que buscó asesores en caladeros neoliberales, contrarios a rebajar las tasas universitarias y partidarios de profesionalizar la función pública y la bajada de impuestos. Dos modelos, sobra decir, legítimos, pero que se repelen como el agua y el aceite.

Mal vamos si tenemos que afrontar una tercera crisis, que según los expertos será climática --no es una visión apocalíptica, la erupción de un volcán en 1815 enfrió el continente europeo, arrasó cosechas y provocó hambrunas--, con gobiernos permanentemente a la greña. Hay tiempo para prepararse y el Covid ha demostrado, como dice la economista Mariana Mazzucato, la importancia del sistema público, así como sus carencias. ¿Está preparado el gobierno de Aragonès para prevenir --no ya reaccionar-- las crisis que vendrán, cuando los efectos de los fondos Next Generation hayan pasado? La respuesta es obvia.