Una de las consecuencias posibles de los lamentables hechos acontecidos en Cataluña en las últimas horas es que se produzca un rebrote del racismo contra los ciudadanos musulmanes. Todos somos responsables de que eso no se produzca y de evitarlo y condenarlo en la medida de nuestras posibilidades. Esa debería ser una de las unanimidades posteriores al ataque terrorista vivido.

Sentada esa premisa, es obligado que autoridades políticas, policiales, docentes, sociólogos y todo aquel que pueda aportar un haz de luz sean capaces de trabajar hacia el futuro para preguntarse qué ha fallado para que catalanes bien jóvenes hayan caído atrapados en las redes de células yihadistas.

Porque ésa es una de las preguntas que, como sociedad, debemos formularnos e intentar responder. Pasó en Francia tiempo atrás: los jóvenes que cometían salvajadas terroristas eran de orígenes familiares norteafricanos pero franceses de segunda y hasta tercera generación que no habían conseguido integrarse en la comunidad.

Conviene que desde todas las administraciones se trabaje con tanta intensidad en evitar el racismo como en impedir la existencia de guetos musulmanes en los que puedan florecer grupúsculos violentos

Para ello conviene que, desde los ayuntamientos catalanes hasta el Gobierno español, todas las administraciones, en definitiva, se trabaje con tanta intensidad en evitar el racismo como en impedir la existencia de guetos musulmanes en los que puedan florecer grupúsculos violentos y de peligroso radicalismo religioso.

Una actuación no es contradictoria con la otra y conviene que todos, sin excepción, aceptemos su necesidad, incluidos los propios musulmanes que un día decidieron abandonar sus orígenes y acudir al noreste de España como una tierra de oportunidades. Ellos están tan interesados como el resto porque la integración de culturas y religiones se produzca de manera respetuosa y civilizada.

Mal ejemplo resulta, sin embargo, que algunos partidos políticos se muestren cicateros con el consenso antiterrorista mayoritario. No constituye una buena señal a la sociedad ni una enseñanza de convivencia. A ellos les correspondería poner de manifiesto que sólo por la vía de la unidad y de la cohesión puede combatirse una de las mayores lacras del siglo XXI.