Que políticos, periodistas, conseguidores y otra fauna de la cosa política anden a vueltas con la justicia es una señal para un país donde cada vez el tránsito por los tribunales es más frecuente, escandaliza menos y hace que la salud democrática avance a mejor ritmo. Que sean expresidentes de comunidad autónoma (Ignacio González, el de Madrid; o Artur Mas, el catalán) los señalados en una sala judicial como impulsores de prácticas irregulares en lo legal, injustificables en lo ético y, sobre todo, impresentables en lo estético es una excelente enseñanza para la colectividad. La justicia existe y ejerce; lenta, pesada y hasta desesperante, pero eficaz.

Nos formamos la opinión de lo que vendrá con mirada retrospectiva y experiencia, ambas pretéritas. Lo sustantivo, sin embargo, son el presente y nuestra evolución futura como sociedad moderna y civilizada. La corrupción y el aprovechamiento en España existen desde tiempos inmemoriales. El Lazarillo de Tormes no sólo era un pícaro inofensivo, era un pequeño aprendiz de corrupto. Hubo reyes, validos, virreyes, gobernadores, alcaldes... que participaron del mismo festival. Nada, pues, es nuevo del todo por más que a una generación nos llegue como fenómeno propio del tiempo que vivimos.

La justicia existe y ejerce; lenta, pesada y hasta desesperante, pero eficaz

Hay una corrupción que nos importa menos (salvo en las consideraciones éticas) como ciudadanos: la llamémosla privada. Que alguien lleve a cabo malas prácticas en un lugar con amo pone de manifiesto su condición, pero ya habrá un dueño, patrón o accionista que se encargará de resolver el asunto en su propio interés. Cada vez más, las compañías se dotan de programas de compliance cuya principal función es evitar que esas situaciones se hagan sistémicas y afecten a la reputación global de empresas y organizaciones en su conjunto.

Más espinosa es la corrupción en el ámbito público porque las malas prácticas nos afectan a todos, en tanto que suponen un quebranto en las finanzas públicas y, en consecuencia, un despilfarro de los impuestos. Las leyes de transparencia y otras garantías (en ocasiones tan excesivas como inoperativas) han conseguido bien poco, más allá de concienciar algo al servidor público. Las penas de telediario que se están pagando desde hace algunos años con los casos conocidos (el del 3%, Gürtel, Pretoria, ERE, Púnica, Pujol...) son más útiles para rebajar el interés de los corruptores por determinados réditos. El riesgo es un elemento a considerar por quien estimula las malas prácticas. He sostenido y cada vez me reafirmo más en la tesis de que allí donde habita un corrupto también reside un corruptor.

Algunos apriorismos ideológicos son malos compañeros de viaje, aunque Ada Colau no lo sepa y siga defendiendo lo público como único y sólido bastión de transparencia y efectividad social

Dicho esto, es una gozada periodística --a la par que una barbaridad como ciudadano-- narrar y vivir lo acontecido con los últimos detenidos e imputados por el Canal de Isabel II, empresa pública de agua de la Comunidad de Madrid. Que tomen nota los defensores del coletismo, empecinados como viven en la remunicipalización de servicios como el agua, los cementerios, algunos hospitales, las firmas energéticas y hasta las vías de transporte. La empresa madrileña era pública y basta conocer ahora el juego que dio en términos de corrupción. Algunos apriorismos ideológicos son malos compañeros de viaje, aunque Ada Colau no lo sepa y siga defendiendo lo público como único y sólido bastión de transparencia y efectividad social. El populismo no entiende matices y prefiere la brocha gorda para pintar su relato político.

Más allá del debate sobre la corrupción, lo de Francisco Marhuenda y su jefe Maurici Casals, en clave gremial, es de traca. Era el comentario que ayer se desayunaron todas las redacciones de medios de comunicación españoles. Exprimido, condensado con las lágrimas de cocodrilo de Doña Esperanza la golfista y reunido todo en la misma bandeja sólo es una inequívoca muestra de una excitación general impropia de países serios y estables.