El presidente de la patronal catalana Foment del Treball, Joaquim Gay de Montellà, concedió ayer una interesante entrevista al diario El Mundo. Entre las tesis que destilaba destaca una sobre el resto: la principal diferencia entre Madrid y Barcelona estriba en que ahora en la Ciudad Condal existe un enorme interés por la política y escaso o nulo por la gobernación; en la capital de Estado, sin embargo, sueñan con los gobiernos, pero se olvidan la política. Su tesis no era otra que buscar la virtud en un término medio. Sí a la política, pero también a la gestión de las administraciones, a la gobernación.

La situación en Cataluña pasará ahora por unos días insulsos, pero de eventual sosiego. Dado que el mayor urdidor de este despropósito confirmó el domingo pasado su preferencia por unas nuevas elecciones, todos esperamos a ver qué nueva paloma (o halcón) hace aparecer desde su chistera. No estamos ante un territorio de virtud como pedía el jefe de los empresarios catalanes, sino en el espacio propicio para que se incube algún arriesgado y peligroso proyecto político futuro.

No estamos ante un territorio de virtud como pedía el jefe de los empresarios catalanes, sino en el espacio propicio para que se incube algún arriesgado y peligroso proyecto político futuro

¿Por qué se pronostican ya unas elecciones autonómicas repetidas? Sencilla la respuesta: es lo que más conviene a la persona de Carles Puigdemont. Y la explicación radica en dos argumentos innegables: cuanto más tiempo dure la inestabilidad política, más posibilidades tiene su causa de liderar la agenda política de todos los catalanes, incluidos aquellos que no le votaron, que son bastantes más que quienes sí lo hicieron. Por otro lado, Puigdemont necesita más tiempo para acabar de consolidar su proyecto político personal, confeccionado con una mitad de martirologio y otra mitad de política de corte populista.

Sólo la justicia alemana, con una eventual extradición rápida de Puigdemont, puede impedir el camino inexorable a las elecciones. La prisión frenaría sus propósitos. Como esa posibilidad se antoja remota en estos momentos, el actual estado de inestabilidad permanente interesa y mucho al presidente destituido por el 155, le oxigena.

Mientras el aspirante a caudillo prepara su partido y ejerce el populismo, ERC tiene serias dificultades para decirles a sus bases que hubo tongo, que la república es quimérica

¿Y ERC? Mientras el aspirante a caudillo prepara su partido y ejerce el populismo, la histórica formación política tiene serias dificultades para decirles a sus bases que hubo tongo, que la república es quimérica y que hay que apearse en la próxima parada. Puigdemont los utiliza para situar su proyecto personal como epicentro de un movimiento político, que ni ERC, ni PDeCAT ni la CUP pueden asumir como propio. Es él, sólo él y nadie más que él quien pretende sacar partido judicial y político de esta aventura individual en la que se ha sumido tras su fuga. A ERC sólo le queda seguir su estela o pegar un portazo al independentismo con un acuerdo de izquierdas en el Parlament. Esa posibilidad es bastante remota, ya que haría necesaria la presencia de líderes fuertes y con capacidad de convicción. Esos, o están en la prisión o fugados.

Con el ambiente tan propicio que existe en la calle en contra del Partido Popular, a Puigdemont le costará bien poco fundar su club si la justicia no le inoportuna. Un proyecto de populismo caudillista que Cataluña se hubiera ahorrado si el presidente destituido no hubiera enloquecido políticamente. ¡Qué tiempos aquellos en los que el endiosado Puigdemont sólo era el descendiente de unos pasteleros de Girona o el alcalde de derechas de esa capital de provincia catalana!